El pasado domingo mi pastor predicó sobre Eclesiastés. ¿Recordáis?
“Nada hay nuevo bajo el sol”, “Vanidad de
vanidades, todo es vanidad”. El caso es que en su prédica nos regaló una
frase que impactó a muchos: “Vivimos para
morir”. Sé que es recurrente en este blog el tema de la muerte,
pero no el centro. Recordar que vamos a morir es la mejor forma de despertar a
una realidad que está ahí y que muchos tratan de maquillar. “Se mueren los
otros, yo no”, pero la realidad es que te vas a morir, igual que yo.
Y de la manera que está establecido para los hombres que
mueran una sola vez, y después de esto el juicio. (Hebreos 9:27)
La muerte, comentó mi pastor, es igualatoria. ¡Ciertísimo! Todos
somos iguales ante la muerte porque nada hemos traído y nada nos llevaremos
cuando partamos. Nacimos desnudos y nos iremos de igual forma. ¿Qué
presentaremos cuando nos hallemos ante el juicio de Dios? ¡NADA! Porque nada
llevaremos. Como decimos por estos lares: “estaremos
en pelota picá”. ¡Desnuditos! Moriremos una vez y seremos enjuiciados una
vez.
¿A qué se debe que esté establecido que muramos? Al hecho de
que el pecado entró a formar parte de nuestra naturaleza por medio de
desobedecer a Dios. Desde Adán y Eva todos quedamos gravemente heridos de
muerte. No fue Dios quien nos maldijo sino nuestros actos. Dios simplemente fue
justo con nuestras decisiones y cumplió con Su advertencia. Mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás (Génesis 2:17). Si Dios no hubiese cumplido con
Su sentencia no sería Dios, y mucho menos Justo. El delito debe ser castigado.
¿Cómo enfrentamos el juicio de Dios? He aquí el punto
central de este mensaje. Morir, hemos de morir, por lo tanto, la forma en que
vivimos dice mucho de lo que nos espera cuando estemos ante la presencia del
Juez Justo, Jesucristo. Ante Él nadie tendrá excusas, nadie podrá sobornarlo,
no servirá para nada regalarle tarjetitas black, tus influencias no servirán
para nada… ¡Estarás desnudo ante Dios! Jesucristo vino para abrirnos la puerta
que nos conduce al Cielo. Si rehúsas entrar por esa puerta tu muerte va a ser
eterna. Así de simple y así de sencillo.
El amor de Dios demostrado en Jesucristo debe ser
correspondido por cada una de nosotros por medio de una respuesta positiva, a
lo que es lo mismo: arrepentimiento de la situación pecaminosa en la que nos
encontramos y creer en Jesucristo como nuestro Salvador y Señor. Jesús pagó
nuestros pecados al Padre muriendo en una cruz. Él entregó voluntariamente Su
vida para rescatarnos, por consiguiente, si aceptamos su sacrificio seremos
eternamente salvos y el juicio condenatorio de Dios no nos alcanzará. No
rechaces la oportunidad porque tu vida está en juego.
Vivir o morir… tú mismo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!