Ayer se celebró el día del libro. Tentadoras ofertas me llegaron durante la semana para consumir libros. Nuevos libros nunca están de más, pero dado que tengo aún algunos por leer, me abstuve de sucumbir en la tentación de ampliar mi biblioteca. Llamar a la celebración el día “del libro” y no “de los libros” me hace recordar que hay un libro que destaca entre todos los demás. Ese libro, o conjunto de libros, es la Biblia. ¿Qué la hace especial sobre otros libros? La Palabra de Dios está escrita en sus páginas. La Biblia es el mensaje de Dios a nosotros, Sus criaturas.
Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. (Josué 1:7)
Hoy hay pocos esforzados y valientes que obedecen los mandamientos que Dios ha escrito en la Biblia. La Biblia ha sido relegada a decorar las estanterías, a acumular polvo o a servir de apoyo para elevar cosas. El Libro de los libros ha sido relegado por el cientifismo materialista que todo lo mide por lo palpable negando la dimensión espiritual del hombre a la que da respuesta la Biblia. Muchos viven a la diestra y otros tantos a la siniestra de las enseñanzas y parámetros bíblicos. Esto es evidente dado que el mundo está inmerso en un eterno conflicto a nivel social e individual. Los individuos están enfrentados unos con otros y el individuo está en lucha consigo mismo.
La promesa dada al guerrero Josué, si obedecía la ley divina, fue prosperidad en todo aquello que emprendiera. Esa prosperidad no era por sus méritos, sino porque Dios estaría a su lado avalándolo. La obediencia a la Palabra de Dios es lo que marca la diferencia a una sociedad de otra. Solo comparando las naciones que abrazaron la Biblia en el Renacimiento y las que siguieron los dictámenes de hombres podremos ver la prosperidad de la obediencia a Dios, porque Dios está con los que le obedecen. Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne que vivió entre nosotros. Él obedeció a Su Padre y cumplió el destino que le marcó. Fue a la cruz consumando las profecías bíblicas y pagó el precio de nuestros pecados. Ahora te toca creer y obedecer Su mandato a arrepentirte de tus pecados y seguirle si quieres ser salvo de la condenación eterna que pesa sobre ti. Si quieres prosperar para vida eterna, obedécele. Esfuérzate y sé muy valiente.
Jesús es el Libro vivo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!