El miedo puede mantenernos despiertos toda la noche, pero la fe es una
buena almohada. Philip Gulley[1].
Muchas veces he leído que hay
estrés bueno y malo. El estrés bueno es el considerado como una defensa natural
que intenta salvaguardar nuestra integridad física. Es un resorte que nos pone
alerta saltando cada vez que nuestro sistema sensorial percibe un inminente
peligro. Esto nos salva no solo de los pequeños accidentes de la cotidianeidad,
sino, y mucho más importante, de los grandes accidentes que podrían sesgarnos
la vida de un tajo.
La vista y oído se agudizan, los
vellos se erizan, el corazón late
más rápido, la respiración se acelera y los
músculos se tensan. Todo con el fin de prepararnos ante lo que nuestra psique
percibe como un peligro.
Este estrés momentáneo es bueno,
como se apuntó al principio. El estrés considerado perjudicial para la salud es
el continuado estado de alerta mental y física, ante un supuesto peligro que no
se puede definir causado por la sensación continua de riesgo indeterminado.
El estrés pernicioso lleva a la
enfermedad física y mental y trastorna la relación con las demás personas, es
decir, nos vuelve poco a poco introvertidos al estar a cada momento huyendo de
los miedos interiores como defensa.
Se define el estrés como la
enfermedad psicológica del momento. La sociedad en la que estamos inmersos es
una sociedad estresada porque las exigencias para triunfar y alcanzar sus cánones, en cuanto a eficacia
y aceptación son proporcionalmente desaforadas. Se vive al ritmo que marcan
otros.
La Biblia nos da el antídoto
eficaz para erradicar el estrés de la vida – el maligno –. Permitidme antes que os narre una historia
ficticia pero que es real, como la vida misma.
El estrés
no es una reacción. Mas bien es el precio que pagamos por la vida
"civilizada" que vivimos, que por cierto no es civilizada en
absoluto. Maurren Killoran[2].
Estaba empeñado en conseguirlo. Por varias generaciones su familia
había regalado al mundo abogados de gran fama y prestigio, y él no iba a ser
menos; cumpliría con los sueños familiares para que ellos se enorgullecieran
del logro por él conseguido.
El caso es que desde la ventana de la facultad se divisaba el pequeño
puerto del pueblo. Esta visión hacía que perdiera el hilo de las explicaciones
en las diferentes clases. Soñaba despierto con surcar los mares; se evadía en
suspiros por navegar; anhelaba viajar sin rumbo fijo.
De pronto, y con una intensa angustia se despertaba del sueño
placentero. ¡Cuidado! Si la familia llegase a conocer lo que albergaba su
corazón dejarían de quererlo. Volvía la vista y los oídos a la aburrida
cantinela del profesor después del terrible pensamiento que lo martirizaba. ¡No
podía defraudar las expectativas familiares con sus planes de aventura!
Acabó siendo un prestigioso abogado. Todo parecía aplaudirle en la
vida: su esposa, sus hijos, sus padres y hermanos y sus colegas de oficio. Él,
sin embargo, se sentía derrotado. El estrés estaba minando todo aquello que
parecía éxito. Sus logros personales no le hacían feliz.
Era sábado en la mañana y recordó aquel bote que sus padres le
regalaron al cumplir los trece años. Atravesó la ciudad hasta llegar al garaje
donde los padres le escondieron el pequeño bote por haber sacado malas notas en
matemáticas. Un nueve no era suficiente.
Cargó la embarcación en el coche dirigiéndose a la playa más cercana.
Miró al horizonte y se puso a remar… ¡Era tanta la paz que sentía…! Se perdió
en algún lugar entre el salitre, la mar y el horizonte.
La mejor arma contra el estrés es nuestra
capacidad de elección entre un pensamiento y otro. William James[3].
Vivimos más en el mundo de los pensamientos,
que en el de las realidades. Lo real es lo que soy, es decir, sencillamente,
yo. Si pienso que no soy suficientemente válido por mí mismo y, por
consiguiente, necesito añadir cosas ajenas a mi naturaleza entraré en un
círculo que me llevará al estrés. La angustia y la ansiedad harán mella en mi
mente, corazón y cuerpo.
Cada uno estamos diseñados por
Dios de forma especial. Él nos creó como seres únicos y especiales. ¿Qué es lo
que sabes hacer mejor? ¿En qué elegirías gastar tu vida? ¿Dónde pasas horas y
horas sin cansarte lo más mínimo? ¿Frente a qué situaciones te felicitan los
que hay a tu alrededor?
Estás, y otras cuestiones son
importantes para conocer nuestras inclinaciones personales. Buscar la
coherencia entre lo que somos y lo que nos dicen que desearían de nosotros es
el quid de la cuestión.
Hay un paso más elevado y
trascendental: Oír lo que Jesús nos dice en cuanto al estrés, que nos lleva
irremediablemente a la ansiedad. Seamos todo oídos ante Sus Palabras:
«Mas buscad primeramente el reino de Dios y
su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas. Así
que, no os afanéis por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá su afán.
Basta a cada día su propio mal». (Mt.
6:33-34)
Este es el
antídoto divino para el estrés. Por el mismo contexto de los versículos
precedentes sabemos que por mucho que nos esforcemos no podemos quitar o añadir
nada a lo que la naturaleza – Dios – nos ha conferido. Esto es parte de la
voluntad de Dios para cada vida, por lo tanto, nuestro objetivo es usar
nuestras capacidades regaladas por Dios para Su servicio. He aquí la verdadera
búsqueda de Su Reino: servirlo.
En este punto
la vida alcanza el objetivo para lo cual fue diseñada por Dios. El ser humano
halla el propósito genuino para vivir y su destino eterno para trascender.
¿Cuál es este propósito? ¿Cuál es el destino? Propósito y destino se unen en un
solo hecho: “…para alabanza de la gloria de su gracia…” (Ef. 1:6). Dios nos
creó para Él. De esta forma podemos ser un reflejo que sirve de alabanza a lo
que Dios es (Su Gloria), y la manifestación de Su obra en nosotros (Su Gracia).
Saberse
protegido en las manos de Dios es bálsamo que vivifica. Un misionero comentó en
cierta ocasión: “El mejor lugar del mundo es estar en la voluntad de Dios”.
Aunque estés rodeado de conflictos alcanzarás la paz. Esta es la petición del
apóstol Pablo.
«Por nada estéis afanosos, sino sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con
acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará
vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». (Fil. 4:6-7)
Estrés es vivir fuera del plan de Dios.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
No hay comentarios:
Publicar un comentario