Capítulo 11
Cuando informé a Faraón de la
presencia de mi familia en Egipto él los conoció preguntándoles sobre su oficio
y mis hermanos contestaron que eran pastores de ovejas venidos a Egipto a causa
del hambre en Canaán. Faraón me permitió que moraran en lo mejor de la tierra
de Egipto, Gosén y que los más capacitados fuesen mayorales sobre el ganado del
rey.
Presenté a mi padre a Faraón
y Jacob lo bendijo. Conversaron un poco dada la curiosidad de Faraón por la
vida de mi padre y después se fue. De esta forma comenzó a vivir toda mi
familia en la tierra de Gosén y yo tenía la oportunidad de darles alimentos.
El hambre había llegado a tal
extremo que tanto Canaán como el mismo Egipto sentían su azote. Acumulé para
aquel tiempo todo el dinero de Canaán y de Egipto por los alimentos que me
compraban. Como no le quedaba dinero al pueblo les propuse trocar su ganado por
comida, aceptaron y fue bien por el primer año.
Pasado el primer año se acabó
el ganado y el pueblo se ofreció asimismo, junto a sus tierras, a cambio de
provisión. Yo los compré y los abastecí de grano con que sembrar la tierra con
la única condición de que un quinto del fruto fuese para Faraón, el resto les
serviría de alimento para sus familias.
Mi familia aumentó mucho
llegando a ser muy fructífera. Mi padre llegó a Egipto con ciento treinta años
y a los diecisiete años de residir en Egipto, con ciento cuarenta y siete años,
me llamó para que le hiciese una promesa muy especial antes de morir. Israel me juramentó
haciéndome poner mi mano bajo su muslo, según la costumbre de aquellos tiempos,
diciendo que cuando muriese lo sepultase junto con sus antepasados y no en la
tierra de Egipto. Yo accedí de buen grado y sin ningún tipo de ambages. ¡Cuánto
honor poder cumplir con los deseos de mi amado padre!
Capítulo 12
Me avisaron del estado de
gravedad de mi padre y llevé conmigo a Manasés y a Efraín para que los
bendijera. Informaron a mi padre de que yo venía con mis dos hijos y él,
sacando fuerzas de flaqueza, se sentó en su cama y me recibió. Me contó Jacob como Dios lo
bendijo con la promesa de ser estirpe de naciones y la tierra prometida para
sus descendientes, como heredad para siempre. De Manasés y Efraín dijo que eran
suyos y que sus descendientes serían míos siendo conocidos por el nombre de sus
hermanos cuando hereden. Me contó el triste suceso de la muerte de Raquel, mi
madre, y cómo la enterró en Belén.
Israel besó y abrazó a sus
dos nietos afirmando con felicidad que Dios lo había bendecido, no solo con
poder verme a mí, sino a ellos también. Me incliné a tierra y coloqué a Efraín
a mi derecha y a Manasés a mi izquierda de tal forma que Manasés, el
primogénito quedase a la derecha de mi padre. Israel premeditadamente
colocó su mano diestra sobre la cabeza de Efraín y su siniestra sobre la cabeza
de Manasés, y los bendijo. Esto me causó enojo e intenté corregir las manos de
mi padre pues sabía que ya no veía correctamente. Él me dijo que era consciente
de lo que estaba haciendo pero que aunque Manasés fuese el primogénito, Efraín
sería más grande que Manasés.
También me habló mi padre
anunciándome que pronto moriría, pero Dios estaría con nosotros, y nos
devolvería a la tierra de nuestros antepasados. A mí me había concedido una
parte más que a mis hermanos como heredad, que fue ganada contra el amorreo en batalla. Felizmente mi padre bendijo a
mi descendencia poniendo en primer lugar al menor, Efraín, y en segundo lugar a
Manasés, el mayor. En principio me quedé perplejo olvidando por unos instantes
que Dios tiene un propósito para cada uno, igual que lo tuvo conmigo.
Administrando bienes y
bendiciones con sabiduría.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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