Cipriano de Valera fue un monje
del monasterio de San Isidoro del Campo, Santiponce, en Sevilla, allá por el
siglo XVI. Este personaje histórico es muy conocido entre las filas
protestantes por ser el revisor de la traducción de la Biblia en lengua
española de su colega Casiodoro de Reina. Valera escribió diferentes libros,
tratando diferentes asuntos. Estudiando esta semana uno de esos libros me encontré
con su definición de pecado. En la época que le tocó vivir tuvo que luchar en
contra de la falsa doctrina de la Iglesia de Roma, y los actos delictivos del
Santo Oficio persiguiendo, encarcelando, desposeyendo, martirizando y
asesinando a los cristianos y a todo aquel que lo pareciera.
El libro en cuestión es el Tratado Para Confirmar en la Fe Cristiana a
los Cautivos en Berbería. Leer este tratado te transporta directamente a la
pluma cervantina, por el estilo cuidado y artístico que Valera derrocha en cada
una de sus páginas, típico de la cultura escritural de la época. El tratado
intenta dar aliento a los que han sido impunemente apresados por la inquisición
y se hallan pasando por mucho sufrimiento físico y espiritual. Muchas cosas del
tratado llamaron mi atención, pero aquí voy a compartir su concepto de pecado. En
todo momento Cipriano de Valera apela a la Biblia como la única fuente para
avalar las creencias del cristiano, y como no podía ser de otra forma, extrae
su creencia del pecado de la misma Biblia. Para ello escoge el libro de los
principios: GÉNESIS.
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. (Génesis 3:1-6)
Valera divide al pecado en tres
apartados: malicia, que es la maldad que Satanás desplegó para seducir a Eva;
engaño, en la exageración usada por Eva cuando pronunció “ni le tocaréis”, pues
Dios no había dicho tal cosa a ellos; y por último, flaqueza, que es la que
exhibió Adán al no oponerse a Eva y probar la fruta. Querido lector, si alguna
vez has sido, consciente o inconscientemente, malicioso en contra de alguien,
si alguna vez has engañado, o si alguna vez tu flaqueza te ha llevado a hacer
lo que no querías, simplemente has pecado y te encuentras por méritos propios
en la misma situación que Adán y Eva. ¿Qué situación es esa?
Es una situación de muerte física
y espiritual. Dios advirtió de esta situación en el Edén y lo sigue advirtiendo
hoy. Desde que nacemos llevamos con nosotros las consecuencias del pecado, y no
hay salida para nuestro destino a menos que escojamos bien, contrarrestando el mal
que nos hicimos a nosotros mismos el día que desobedecimos a la Ley de Dios.
Sí, Dios nos sigue dando a elegir: seguir con nuestras vidas tal y como están
ahora, es decir, sin Dios, o obedecer Su llamado al arrepentimiento creyendo en
JESUCRISTO, que pagó en la cruz hace como 2014 años por todos los pecados
habidos y por haber de la humanidad, incluyendo los tuyos y los míos. Yo me
decidí por Cristo y solo faltas tú para seguir llenando el Cielo, no de
personas buenas, sino de personas que han roto el yugo del pecado que los tenía
atados porque fueron a Jesús para ser liberados.
Pide perdón y arrepiéntete ante
Jesús.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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