“Mis padres no me
dieron ninguna religión, lo cual les agradezco mucho, pues pude incursionar en
una fe personal que considero hecha a mi medida: creo en la vida y lucho por
ella, sin culpas, sin pecados ni pecadores. Tengo una fe que me permite
explorar mis equivocaciones y perdonarme y perdonar a otros con mayor facilidad”[1].
Navegando por Internet hallé la anterior declaración. Es genial
que unos padres no inculquen las ataduras y comeduras de coco a las que lleva
la religión mal entendida, por lo tanto, celebro esta actitud. Lo que no
celebro es la vía de escape de una fe a mi imagen y semejanza. Sé que puede
resultar absurdo decirlo en medio de tanto relativismo, egocentrismo y ateísmo
pero soy fiel a mi fe, o mejor dicho, a la fe que Dios me ha regalado.
La fe a mi imagen y semejanza es quebradiza por principio. Vivir
la fe desde ese parámetro hace de mi vida una montaña rusa con sus fuertes
subidas y rápidos descensos. Poner la confianza en uno mismo en cuestiones de
fe es vivir en la autocomplacencia, la arrogancia y el ateísmo. Autocomplacencia
porque funciona según lo que me convenga en todo momento, sin pensar en que no
siempre me conviene lo que me complace. Arrogancia porque no admito que nadie
pueda aconsejarme con los consecuentes desatinos y desvaríos que me provoca la
actitud. Ateísmo porque no tomo en cuenta a Dios y eso provoca que mi vida no
encuentre la certidumbre de caminar en paz y con propósito.
Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. (Juan
9:25)
¡Antes era ciego y ahora veo! Esa fue la alegre afirmación del
ex ciego de nacimiento cuando le preguntaron cómo se había efectuado el milagro.
El problema para ellos no era el milagro en sí sino que por su autocomplacencia,
arrogancia y ateísmo pusieron sus reglas humanas por encima de las divinas. El problema
para ellos era sencillo: Jesús contravino sus normas porque hizo el milagro en
día de reposo. ¿Absurdo para nosotros? ¡Sí! ¡Jesús y el ciego pensaron lo
mismo!
Jesús creyó en la vida por esa razón murió por amor a
nosotros. Nuestros pecados fueron el detonante para que Dios enviara a Su Hijo
a sacrificarse por nosotros en una cruz. El primer pecado de la humanidad no
fue comer el fruto prohibido. El primer pecado de la humanidad fue dudar de la
Palabra Santa de Dios. Este es el pecado real: seguimos dudando de Dios en
todos los niveles de la vida. Los demás pecados son consecuencia del
primigenio.
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el
cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2)
Pon tus ojos en Jesucristo ya que solamente Él es el
inventor de la fe verdadera. Él es el que puede salvar tu vida. Arrepiéntete de
tus pecados confesándolos a Dios y te perdonará. Desde ese momento será un
nuevo hijo de Dios. Lee la Biblia, ella te confirmará todo lo que te esto
diciendo. Busca una Iglesia evangélica donde crecer sano y adora a Dios por Sus
bendiciones para contigo.
Deja la autocomplacencia, la arrogancia y el ateísmo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!