¡Qué mala son las comparaciones! Unas llevan a la inferioridad,
es decir, verse inferior a los que nos rodean. ¡Qué malo es este tipo de
comparación! Otras comparaciones llevan a la superioridad, o lo que es lo
mismo, a verse superior a los que nos rodean. ¡Qué malo es este tipo de
comparación! Si te ves inferior vives en una farsa y si te ves superior, ni te
cuento. ¡Nadie es más que nadie…ni menos! Todos somos iguales a los ojos de
Dios. Hoy va por aquellos que se sienten superiores, menospreciando a sus
iguales que podemos ser tú y yo. De todas formas, si te sientes superior lee lo
siguiente.
A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:9-14)
El problema no es ser justo, el problema es menospreciar al
otro por tal condición de justicia. En el mismo momento que menoscabamos al
prójimo dejamos de ser justos pues todos estamos fabricados con el mismo
material. El fariseo y el publicano de la historia de Jesús fueron a
encontrarse con Dios en el mismo lugar, el Templo, y comenzaron a hablar con
Dios, orar. Hasta aquí todo correcto, lícito y ejemplar. ¿Cuántos hacen lo
correcto en lo que se refiere a formas y rituales? Los religiosos, los que
viven apegados a las normas de la religión del hombre, viven de dicha forma. Pero
no llegan más allá.
La oración del fariseo podría resumirse de esta forma: “Dios,
no te necesito porque me basto solo”. Vivimos entre personas que se conducen de
esa manera, guardando los ritos pero viviendo de espaldas a Dios. La oración
del publicano vendría a ser de esta forma: ¡Dios mío, te necesito! Cuando la
necesidad aprieta no nos queda más remedio que reconocer que Él es Dios,
nosotros nada y, por lo tanto, le necesitamos desesperadamente. Pocos hay como
el publicano, muchos como el fariseo.
Sin embargo, Jesucristo vino a salvar al fariseo y al
publicano. Él tendió su mano para que todos dejasen su religiosidad comenzando
una relación nueva y fructífera con Dios. Ya no son necesarias las formas
externas, nunca lo han sido, por lo menos en lo que se refiere a nuestra
relación profunda con Jesús. Dios mira el corazón de cada uno de nosotros y lo
pesa para conocer qué hay en él. Dios todo lo ve, escucha y entiende. ¡No
puedes esconderte de Él!
Según el texto bíblico que has leído el que salió
justificado fue el publicano dado que reconoció humildemente su situación
frente a Dios y clamó con un corazón sincero la clemencia divina. Este ejemplo
nos enseña que Dios está disponible en exclusiva para todos aquellos que
derrotados por la vida, le buscan. Por el contrario, todos aquellos que se
enaltecen a sí mismos viviendo en sus castillos construidos de orgullo, serán
humillados. Dios les da la espalda.
Reconoce tu condición frente a Cristo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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