Los estándares solicitados por nuestra sociedad reflejan que
no soy feliz ni de lejos. Muchos, la mayoría, tratan de parecerse al modelo
establecido por la moda, la cultura y los medios informativos. Vivimos una
época donde las mayorías dictan qué hacer, qué decir, cómo comportarse, qué
creer, qué es lo bueno, qué es lo malo, quién soy yo, quién es el otro, y un
largo etcétera. Si para ser felices debemos “dar la talla” a esas exigencias
sociales concluimos que nadie es feliz. Como canta Loquillo con sus Trogloditas:
“Yo para ser feliz quiero un camión”. Si no tengo el camión no soy feliz. Parece
de Perogrullo pero esa es la moto que nos venden.
Realmente no somos libres y la felicidad tiene mucho que ver
con libertad. La estandarización no es libertad, es yugo. Es imposible ser todo
aquello que los demás piden de ti y de mí. Es más, propongo que es una
enfermedad social la presión que ejercen sobre nosotros para estandarizarnos. No
me clasifico como conspiranoico, aunque las evidencias de una trama bien urdida
son evidentes y vengan desde el propio infierno. Igualmente concluyo: la
libertad da la felicidad. ¡Cuidado! No hablo del libertinaje que conduce al
caos, hablo de la verdadera libertad.
Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (Juan 8:34-36)
Jesús se acercó a nosotros para hacernos saber que la
verdadera esclavitud que padecemos es causada directamente por el pecado. Se tiende
a creer que la libertad es haberse librado de Dios para este mundo laico. Están
equivocados los que así piensan porque la separación de Dios es la primera
causa que nos trae esclavitud. Si Jesús no nos liberta se da lugar a ser
esclavos de nuestra sociedad y sus reglas inalcanzables.
El esclavo, el que vive en pecado, no perdurará. El que es
hijo de Dios vivirá para siempre. Esa es la promesa que Jesús nos ofrece: esclavitud
o libertad. La libertad va más allá de cumplir con lo que esperan de mí gente
encumbrada y poderosa o mis iguales, socialmente hablando. Jesucristo nos ve a
todos iguales, necesitados de verdadera libertad. La verdadera libertad viene
de ser hijo, hijo de Dios, y no esclavo de mis deseos o los de otros.
Querido lector, ven al encuentro de Jesús. El mundo en que
vivimos produce felicidad con cuentagotas a modo de espejismo en el desierto. Jesús
murió en una cruz pagando el precio de tu libertad. Ya no tienes por qué seguir
angustiado con cumplir las expectativas de propios y ajenos. Pide perdón a Dios
por tus pecados, pon la fe en Jesús y serás eternamente salvo. Sé valiente y no
vivas según la corriente, rima absurda pero un gran consejo.
La libertad es Jesucristo.
¡Que Dios te bendiga!
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