En una de las partes de “Rocky Balboa”, el boxeador del
pueblo querido por todos, lo encontramos dándole un consejo a su hijo: “Lo importante no es lo fuerte que pegas
sino lo fuerte que te pega el contrincante y cómo lo soportas”, le dice a grosso
modo. Esto me hizo recordar la actitud de Jesús frente a Su sufrimiento. Dios
podía habernos destruido cuando le pegamos pecando en Su contra cuando
desobedecimos la única Ley restrictiva que puso: Y mandó el Señor Dios al hombre, diciendo: De
todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del
mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Génesis
2:16-17). Decidimos libremente golpear al mismo Dios en un arrebato
de desobediencia y estamos sufriendo las consecuencias del pecado: la muerte
física (separación del cuerpo) y espiritual (separación de Dios).
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos
nosotros curados (Isaías 53:5).
Pero Dios, por medio de Jesucristo, demostró hasta dónde
estaba dispuesto a ser golpeado pues, lo importante es lo fuerte que pega el
contrincante y cómo lo soportas. Jesús sufrió en primera persona los embistes
de Satanás, sus propios hermanos, el pueblo, los religiosos, los gobernantes y
Roma. Jesús fue herido, molido, castigado y cubierto de llagas en una cruz. La recompensa
por ello no fue el cinturón de campeón mundial de los pesos pesados ni un óscar
al mejor actor, ni siquiera un grammy a la mejor canción de amor, no le dieron
tampoco el premio Nobel de la Paz, nadie le aplaudió, nadie le vitoreó porque fue
Despreciado y
desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y
como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos (Isaías
53:3). La recompensa fue para cada uno de nosotros: POR SU LLAGA
FUIMOS NOSOTROS CURADOS.
Jesús sufrió hasta la muerte los golpes del pecado y Su
contrincante fue Dios mismo, es decir, Él contra Él. Parece absurdo pero real. La
razón: Dios decidió amarnos y rescatarnos aunque no lo merecemos. Jesús padeció
la ira del Padre por nuestros pecados y nos manifestó hasta qué punto Dios se
gana a sí mismo en un combate a favor del hombre que creó y que después salvó. Querido
amigo, Jesús ya combatió por ti en una cruz venciendo y el mazazo más
contundente lo recibió de Su Padre. La puerta a la salvación está de par en
par. Arrepiéntete de los pecados que hicieron combatir a Dios por ti y cree en
Jesucristo depositando tu fe en Él.
Dios se ganó a sí mismo por ti.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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