El dolor es al mismo tiempo inhumano y necesario. Inhumano por
el grado de desesperanza al que se puede llegar, si no se puede atajar y
necesario porque nos advierte de la gravedad del padecimiento que nos está
aquejando. El dolor hace que las personas que lo padecen se vuelvan lo que no
son involuntariamente. No se puede vivir en constante dolor sea físico, síquico
o espiritual. El caso es que, de una forma u otra, todos hemos experimentado o
experimentaremos alguno de estos tres dolores. El dolor físico es el más
detectable de los tres, pues afecta a nuestro cuerpo. Le sigue el dolor síquico
debido a que se puede, de cierta forma, medir por el comportamiento de las
personas, manifestándose desde tristeza leve a grandes trastornos afectivos y
mentales.
La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él también comió. En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse. (Génesis 3:6-7)
El dolor espiritual es el más desconocido de los tres por
ser el más obviado. En un mundo donde el materialismo es el pan nuestro de cada
día el espíritu es desatendido flagrantemente. Se dedica mucho a la paliación
del dolor y a buscar nombre a cada trastorno síquico, pero nada se sabe, o por
lo menos, no se tiene en cuenta, el dolor espiritual. La Biblia una vez más nos
da la respuesta del origen de todo tipo de dolor. El dolor tiene su causa
primera en el ser humano, pues este decidió voluntariamente transgredir la Ley
espiritual y natural que Dios sabiamente había impuesto. Los humanos desde
antaño creemos que por nosotros mismos hallaremos un estatus mejor y terminamos
intentando, como Adán y Eva, arreglar el asunto con unas simples hojas de
higuera, cuando el problema es más profundo debido al destrozo físico, síquico
y espiritual que nos hemos causado debido a nuestra torpeza de miras. El fruto
de nuestro desatino: EL PECADO que nos separa de Dios y causa de todo dolor.
Y el SEÑOR Dios hizo ropa de pieles de animales para Adán y su esposa. (Génesis 3:21)
Es difícil entender, y aún más aceptar, que el culpable del
dolor humano en todas sus esferas, es el propio hombre. Dios no se queda
impávido ante nuestra necesidad de atajar el dolor. Él no usa de hojas de
higuera, sino que mata a un animal a ojos de ellos y les cubre con su piel para
tapar la vergüenza que sentían por haber despreciado la sabiduría divina. Ante
grandes males, grandes remedio, nos enseña el refrán. Ante el gran mal del
pecado humano Dios salió al rescate con un gran remedio: JESUCRISTO. Él vino a
nosotros a tapar nuestro dolor y vergüenza de una vez y para siempre
salvándonos del dolor más fuerte: la separación de Dios. Y pondré hostilidad entre tú y la mujer, y
entre tu descendencia y la descendencia de ella. Su descendiente te golpeará la
cabeza, y tú le golpearás el talón» (Génesis 3:15). Jesús hirió de
muerte a Satanás y este solo le hizo una pequeña herida cuando murió en la cruz
para salvarnos. Cristo salió victorioso y la muerte derrotada. Tan solo cree en
Jesús, querido lector.
Pon remedio a tu dolor espiritual.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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