Las últimas horas de Jesús fueron de un sufrimiento extremo.
Dolor, humillación y soledad sería un resumen de lo que experimentó clavado en
la cruz. El dolor físico fue insalvable porque era un ser humano, como tú y yo.
La humillación también fue insalvable pues los que le rodeaban no cesaban de zaherirle
con sus hirientes mofas. La soledad fue doble, por un lado sus discípulos lo
abandonaron y por otro Su Padre lo abandonó porque fue hecho pecado por
nosotros.
Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. (Mateo 27:50)
No nos debería extrañar los sucesos terribles que acaecieron
justo después de Su muerte en la cruz: el velo del templo se rasgó, la tierra
tembló, las rocas se partieron, se abrieron los sepulcros y numerosos santos
resucitaron presentándose en Jerusalén a muchos, el centurión y los que por
allí estaban, al ser testigos de estos hechos, reconocieron que Jesús
verdaderamente era Hijo de Dios.
La muerte de Jesús no fue un hecho intrascendente. Él no era
uno más entre los ajusticiados por Roma. Él verdaderamente era el Hijo de Dios.
Su cruz fue un requisito insalvable para que nosotros pudiésemos reconciliarnos
con Dios por medio del arrepentimiento de nuestros pecados y la fe en
Jesucristo. Cuando Jesús entregó Su vida (nótese que dice “entregó el espíritu”,
no que lo mataron) una hecatombe universal se reflejó en la naturaleza. Fue tal
el poder que se desató que hasta algunos muertos resucitaron.
Millones siguen hoy día a un Jesús de madera que no tiene
nada que ver con el Jesús que sufrió en la cruz por amor a la humanidad
mostrando Su poder tres días más tarde al resucitar. Me uno a Machado cuando
escribió “No puede cantar ni quiero al Jesús del madero sino al que anduvo en
la mar”. Muchos (millones) se han quedado con un Jesús muerto o agonizante pero
no ven al Jesús poderoso que venció a la muerte para darles vida. ¡Qué tristeza
por aquellos que no quieren ver más allá de Su muerte! Se están perdiendo lo
mejor del pastel: Sus hechos poderosos.
Muriendo mostró Su poder.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!