Todos, absolutamente todos, nos encontramos en el camino de
la trascendencia. En el fondo y en la superficie todos, absolutamente todos,
deseamos que al morir nuestras vidas no acaben y continúen, aunque sea en otro
estado. Es que somos seres espirituales y de forma innata o inconsciente
acabamos preguntando por el significado de la vida y el más allá. Resumiendo:
no queremos morir sabiendo que nuestra vida no vale nada (cuestión que los
evolucionistas recalcitrantes nos enseñan para que el libertinaje sea legal). Hemos
llegado a tal grado de cuestionar nuestra identidad que cada uno hace lo que le
parece o lo que le parece a los demás.
Por enésima vez he podido constatar que el deseo de
encontrar esa trascendencia que nos lleve de lo humano a lo divino persiste en
cada uno de nosotros. Vamos al psicólogo a mitigar el dolor del corazón. Seguimos
gurús que nos muestren la luz. Viajamos de la Ceca a la Meca para cumplir con
leyes rituales. Visitamos a los videntes para que los espíritus nos auguren
buenos tiempos. Consultamos el horóscopo para saber si salir de casa o no. Nos gastamos
dinero en líneas telefónicas solo para que alguien nos escuche. Cumplimos con
la religión con verdadero temor y temblor. ¿Todo para qué? Para, agarrados a un
clavo ardiendo, encontrar esperanza, paz y felicidad aquí y más allá. Ansiamos rozar
lo divino.
Confiamos en la ciencia humana y recurrimos a ella. Nos
aferramos a los que parecen tener un halo de espiritualidad y los seguimos. Creemos
que la salvación se halla en un lugar y viajamos a ese lugar. Nos adentramos en
las fauces del infierno con tal de conseguir nuestros deseos. Invertimos tiempo,
esfuerzo, dinero, recursos y todo lo disponible para hallar solución a nuestras
más profundas inquietudes de ir de lo humano y perecedero a lo divino y eterno.
Es muy triste ver como la solución la tenemos a la distancia de una oración y
damos vueltas al mundo una y otra vez para llegar al mismo punto: la inopia.
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)
En Jesucristo se une lo humano con lo divino. Él es Dios
hecho carne. Él tiene las respuestas que tú necesitas conocer y estás buscando.
Hay demasiado ruido a nuestro alrededor que intenta apagar Su voz pero es
audible para aquellos que le buscan, es más, Él te busca. Vino a nosotros para
cumplir la voluntad del Padre sacrificándose a favor nuestro. Ni Mahoma, ni
Buda, ni algún gurú afamado ha hecho nada a favor nuestro como lo hizo Jesús
pagando en una cruz con su sangre por nuestros pecados. Por lo tanto, no
recorras miles de kilómetros alejándote de lo que amas, no consultes a videntes
esperanzado en su falsedad, no confíes en la ciencia que te ningunea. En otras
palabras: NO CONFÍES EN EL HOMBRE. Confía en JESUCRISTO que unió la divinidad a
la humanidad. Ir de de humano a lo divino es encontrarse con Jesucristo. Tan
solo cree en Él y arrepiéntete de tus pecados.
Lo tienes muy cerca.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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