El extraño caso del
Dr. Jekyll y Mr. Hyde, escrito por Stevenson, ¿es realmente extraño? Creo que
no. Los más bellos ideales y acciones del
ser humano, representados por el Dr. Jekyll, son siempre truncados por su ser
antagónico, Mr. Hyde. Aunque en honor a la verdad el ser antagónico es el propio
Dr. Jekyll debido a que él mismo deja salir al monstruo que es. La cruda
realidad es que tú y yo llevamos en nuestro ADN el querer lo bueno pero somos
vencidos por lo malo, el pecado descrito en la Biblia.
Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. (Isaías 1:6)
Un buen día decidimos bebernos la pócima que nos hizo malos
y surgió el más terrible Mr. Hyde. Desde ahí no hay nada en nosotros que no
haya sido infectado por la maldad. Cualquier acción está impregnada de soberbia
que reclama lo “bueno” que somos o venganza que impone nuestros “derechos”. En
esencia el hombre es malo y por eso tiende a actos malvados (pecados).
El profeta Isaías abre una puerta a la esperanza después de
hacer un certero diagnóstico de cada uno de nosotros: ¡Aunque podridos hay
curación! Existe una profilaxis para nuestra purulenta enfermedad llamada
pecado. Las heridas pueden ser curadas, vendadas y suavizadas con aceite. Hay un
remedio eficaz. El propio Isaías nos extiende la receta:
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)
¡JESUCRISTO ES NUESTRA MEDICINA! Un Hombre, que vale más que
todos los hombres, es el antídoto. Nuestros pecados hicieron que Él fuese
castigado en una vergonzosa cruz. Sus heridas son el ungüento para la sanación
que necesitamos. La venda es Su sufrimiento y el aceite Su sangre. Querido lector,
si quieres sanidad de tu podrida llaga, ven a Jesús. Él es el único remedio
eficaz para recibir perdón, salvación y paz. Por lo tanto, arrepiéntete de tus
pecados y cree en Jesús.
Somos Mr. Hyde sin Él.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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