Hoy cada uno es su propia ley. Una ley “a la carta” donde se
castiga al otro pero que “a mí no me toquen” porque se transgrede mi ley. Hasta
lo que se puede constatar, todos están en cierta forma de acuerdo sobre la necesidad
de una ley. Claro está, una ley que refleje igualdad, ¡mi igualdad!, frente a
los que son desiguales a mí. Resumiendo, las formas legales de carácter personal
son fuente de injusticia (pretenden elevar mi voz sobre la de los demás) y la
injusticia produce o acarrea ira (castigo) de parte de la justicia.
Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. (Romanos 4:15)
Hemos dejado atrás una Ley mayor que la meramente personal,
acomodada e interesada. Esta Ley superior es la Ley de Dios puntualizada en el capítulo
20 del Éxodo. Hemos desbancado la justicia de Dios intentando imponer la
nuestra. El resultado: cada persona ha elaborado su propia Ley que lo hace
justo. Por lo tanto, hay unos cuantos miles de millones de leyes pululando por
nuestro planeta, una por cada habitante. Exagerado pero real, patéticamente real.
Dios nos reveló Su Ley para que nos diésemos cuenta de lo
desviados que podemos llegar a estar y, de hecho, estamos. Todos.
¡absolutamente todos!, hemos transgredido cada uno de los puntos de Su Ley, ya
sea de pensamiento o acción. El que se salta una ley es castigado y recibe la
ira proporcional a su injusticia. Igualmente pasa en relación a la Ley de Dios:
tu injusticia se castiga. El pecado personal y grupal engloba cada una de
nuestras injusticias. Estamos bajo el castigo o la ira de Dios porque todos
hemos pecado.
Ahí no queda todo pues hay esperanza. El mismo que nos hizo
ver lo perdidos que estábamos nos trajo la solución y el escape del castigo que
nos merecemos por nuestros injustos pecados, la justicia de Dios. Si la Ley
refleja nuestro castigo, la justicia de Dios refleja nuestra salvación.
Jesucristo pagó el precio de nuestras injusticias a Dios y Su ira fue
plenamente satisfecha. En otras palabras, Cristo pagó nuestra fianza al morir
en la cruz y al resucitar justificó y justificará (hará justos) a todos
aquellos que confíen (tengan fe) en que Jesucristo puede salvarlos
completamente. Reconoce tus injusticias o pecados, arrepiéntete de ellos ante
Dios, pon la fe en Jesús y serás proclamado justo. Tu justicia propia te
condena al infierno, la justicia de Jesucristo te salva del infierno.
Hay esperanza por la fe en Jesús.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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