Muchos pasan por alto aspectos esenciales del amor de Dios. Reducen
ese amor a simples relaciones humanas donde no existen límites y, según ellos,
Dios aprueba porque es todo amor. No es de extrañar que se escandalicen al
enfrentarlos con la realidad bíblica de la desaprobación divina de ciertos comportamientos
amoroso-sexuales. La Biblia nos muestra que Dios creó dos sexos únicamente: Y creó Dios al
hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis
1:27). También podemos constatar que Dios desaprueba las relaciones
homosexuales: No
te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una
abominación (Levítico 18:22). Y, por último, ante la rebeldía humana
Dios entrega a las personas, es decir, no las estorba en su camino de
perversión: Por
tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres
cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así
mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se
encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres
cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía
su perversión (Romanos 1:26-27). Es lógico que todo esto les chirríe
a aquellos que relativizan las verdades bíblicas anteponiendo sus razonamientos
por no profundizar en lo establecido por Dios.
En esos días, Israel no tenía rey; cada uno hacía lo que le parecía correcto según su propio criterio. (Jueces 21:25)
Hoy día pasa lo mismo que en el tiempo de los jueces de Israel.
Al carecer la sociedad de un orden moral, legal y ejecutor, representado por el
rey en este caso, con las cuestiones claras, cada quien establecía su propia
ley moral y legal. En resumen, habían olvidado la Ley de Dios… y así les iba. La
historia parece ser cíclica y se vuelve a repetir en nuestros días que cada uno
hace lo que bien le parece, como antaño… y así nos va. Las instituciones están
corrompidas, la moral se relativiza y se desecha todo atisbo de Cristianismo
bíblico.
Unas palabras para los creyentes en Cristo: Seguid predicando
las buenas nuevas de salvación, el evangelio, que continúa rescatando vidas de
la desesperación y la angustia trayendo perdón de los pecados, paz con Dios y liberación
de la muerte eterna. Recordemos las palabras del Maestro: Acordaos
de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí
me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi
palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi
nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les
hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.
El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece (Juan 15:20-23).
¡No nos odian a nosotros, odian al propio Dios!
Unas palabras para los no creyentes en Cristo: La igualdad
que defendéis está conseguida en nuestra sociedad occidental. Los homosexuales
tienen los mismos derechos que las parejas heterosexuales. Ahora bien, la
igualdad no es uniformidad. Todos deben ser iguales ante la ley. ¡TODOS! Pero no
todos estamos obligados a ser de una forma o pensamiento pues el pensamiento
único es una dictadura, venga de donde venga. Ahí es donde equivocáis el tiro
y, sin daros cuenta, estáis siendo arrastrados no por la igualdad sino por la
uniformidad en el pensamiento.
Retomo el pensamiento de la primera frase de este escrito
afirmando que los aspectos esenciales del amor de Dios son olvidados: En esto se mostró el
amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,
para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación
por nuestros pecados (1 Juan 4:9-10). La cruz y la resurrección de
Cristo son hechos que quedan fuera del amor que defendéis, aunque son los
factores más relevantes del amor inmenso de Dios por la humanidad, por ti y por
mí. Jesús murió por nuestros pecados y resucitó para certificar que puede
salvarnos.
Hay algo que nos iguala y nos da uniformidad: la muerte. Así lo
expresa el poeta al hablar de la muerte y sus consecuencias:
Los placeres y dulzores
desta vida trabajadaque tenemos,¿qué son sino corredores,y la muerte la celadaen que caemos?No mirando nuestro daño,corremos a rienda sueltasin parar;desque vemos el engañoy queremos dar la vuelta,no hay lugar.[1]
A todos nos espera la terrible muerte y eso no se discute,
por lo menos en mentes cuerdas. Dios ha tendido Su mano para amortiguarla y
convertirla en una cuestión que simplemente supone un tránsito que nos lleva a
Él por la eternidad.
Otro factor importante es la justicia de Dios. Dios es Justo
y no puede pasar por alto el pecado, de lo contrario no sería Dios. El delito
merece un castigo y el pecado es el delito que merece un castigo. ¡PERO DIOS MOSTRÓ EL
GRAN AMOR QUE NOS TIENE AL ENVIAR A CRISTO A MORIR POR NOSOTROS CUANDO TODAVÍA
ÉRAMOS PECADORES! (Romanos 5:8). ¿Quién daría su vida por sus
enemigos? Pues Jesucristo la dio. Dios decidió pagar nuestras deudas con Él
ofreciendo en sacrificio a Su Hijo. Ahora la pelota está en tu terreno. Debes
decidir si seguir pensando como lo hace la corriente o abrazar el amor de Dios
que te ofrece el descanso de ser perdonado y la paz con Dios. Sólo arrepiéntete
y cree en Jesús. De lo contrario, el infierno aguarda, aunque sea políticamente
incorrecto decirlo y las vestiduras se rasguen.
Creer o no creer, esa es la cuestión.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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