El 31 de octubre de hace unos años, mientras caminaba del trabajo a casa, recibí un escupitajo de un joven que pasó por mi lado.
Lo cierto es que presentí que me iba a hacer alguna broma cuando lo vi unos
metros antes. Salió corriendo como lo hacen los cobardes que saben que han
hecho mal. Al pobre muchacho le serví de burla y la bravuconada hizo que
quedara como un héroe ante su acompañante. En esto deriva Halloween. Todo el
que se ríe de la muerte no tiene respeto por la vida, es más, todo el que
reverencia a los muertos no tiene amor por los vivos. Al fin y al cabo
Halloween es la fiesta que rinde culto a los muertos. Eso hacen todos los que,
como marionetas, se divierten “besando” a la muerte.
Los muertos no pueden cantar alabanzas al SEÑOR porque han entrado en el silencio de la tumba. (Salmos 115:17)
En la tumba todo acaba. La riqueza, la pobreza, la etnia, y
la alcurnia son dejadas atrás. Por lo tanto, la muerte no es una fiesta sino una pérdida. No me extraña que la mayoría apure sus días de fiesta en fiesta,
intentando ser aplaudido o admirado. Todo ello morirá en la tumba. Tú y yo
moriremos y nadie podrá impedirlo. ¿Quién celebra la pérdida? Por desgracia
todos aquellos que coquetean con la muerte. ¡Qué triste! Los muertos no pueden
alabar a Dios porque han perdido esa capacidad. Tú que tienes aún esa capacidad,
¿alabas a Dios?, o, por el contrario, ¿aunque vives estás muerto?
La Biblia describe al hombre sin Dios como muerto. No percibe
nada del mundo espiritual, no teme la muerte y relincha contra Dios,
afrentándole. ¿Eres tú así? Halloween es otra oportunidad de quitarte la
máscara mostrando la real: aunque vives, estás muerto respecto a Dios. La
genuina máscara es el pecado. Esa es nuestra realidad por la cual morimos. Ese es
el castigo merecido por habernos reído de Dios. El hombre está podrido de la
cabeza a los pies, la Biblia lo afirma, y únicamente hay una salida: LA FE EN
JESUCRISTO. Él venció a la muerte en una cruz resucitando de entre los muertos.
Él dio Su vida en lugar de nosotros en pago por nuestros pecados y la volvió a
tomar para certificar esta verdad eterna. Si quieres librarte de la
escalofriante separación eterna de Dios, lugar donde no se le puede adorar con
canciones, es decir, el infierno, no te queda más remedio que arrepentirte de
tus pecados ante Dios y poner la fe en Jesucristo. De lo contrario seguirás
siendo un muerto muriendo en lugar de un muerto vivificándose.
Celebra la vida en Cristo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!