La paz es el tesoro humano más anhelado por los habitantes
de este planeta. Sin la paz interior las riquezas no son nada, los títulos son
vanos, la posición social es un lastre y la libertad inútil. Si quieres la paz, prepara la guerra es
el sabio consejo legado por el imperio romano. Si deseas paz haz lo posible por
salvaguardarla. ¡Es tu activo más preciado! La falta de paz te roba la vida
ennegreciéndola, dejándola sin sabor y carente de motivación. Diariamente podemos
observar a personas que no tienen paz. Aparentemente algunas se nos muestran
felices, y otras no pueden disimular un rictus de tristeza. De todas formas, un
halo de “no paz” los acompaña.
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27)
La paz que ofrece la sociedad es quebradiza, muy quebradiza,
por eso Jesús tranquiliza a Sus discípulos asegurándoles que Su paz nada tiene
que ver con la paz del mundo. La paz del mundo carece de sustancia, solidez o
consistencia. Es como humo que se desvanece, agua entre las manos que se
escurre o una cerilla encendida que se apaga rápido. La paz que brinda
Jesucristo a aquellos que confían en Él va más allá de las circunstancias de la
vida, sean éstas buenas o malas, supera la barrera de las relaciones humanas
inconstantes y deja atrás la mentira de un mundo mejor por el esfuerzo humano. ¡La
paz cristiana es Jesús! Él es consistente, consecuente y persistente. Resumiendo:
¡Él es firme! Lo que promete lo cumple.
La paz de Jesús no es para todos. La paz de Jesús no es una
baratija. A Él le costó la vida para poder ofrecerla a Sus amigos. La cruz que
padeció es el lugar de paz más grande del universo para el cristiano y para el
incrédulo una terrible bofetada (no es de extrañar que la quieran desterrar de
nuestra tierra por medio de derribar la Cruz del Valle de los Caídos). En la
cruz Jesús defendió la paz, la paz de aquellos que por medio de la fe, le
siguen. Querido lector, si quieres la paz de Cristo no te queda más remedio que
pasarte a Sus filas. Arrepiéntete de tus pecados, pon tu fe en Él y comenzarás
a experimentar Su paz, o lo que es lo mismo, lo experimentarás a Él.
¡No más tristeza ni miedo!
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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