sábado, 18 de julio de 2020

Fuego Exculpatorio


Esconder la culpa es una faceta intrínseca del ser humano que imita el patrón ancestral de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ellos intentaron tapar su culpa detrás de hojas y descargándola unos contra otros. Esta semana hemos contemplado como los oligarcas de España han pretendido solventar su culpa, por la mala gestión de la pandemia, ocultándose detrás de un fuego exculpatorio. Ahora bien, ¿a qué o a quién han sacrificado en el fuego a cambio del perdón? Todas las civilizaciones han ofrecido sacrificios a sus dioses para aplacar su ira por los malos actos cometidos contra ellos. Animales, hombres, mujeres y niños han sufrido el holocausto de naciones atemorizadas por sus delitos. En esta ocasión, ¿quiénes han sido quemados en el fuego exculpatorio?
...sin derramamiento de sangre no hay perdón. (Hebreos 9:22)
El texto bíblico nos recuerda que la sangre debe mediar para que se halle el perdón. Ninguna sangre fue derramada en el homenaje a los fallecidos por el virus. Sólo una ofrenda floral fue presentada ante el fuego exculpatorio que descargó las conciencias de los presentes en un conato de zafarse de las culpas. Pero sin derramamiento de sangre no hay perdón. Alguien debe pagar por los cristales rotos, alguien ha de asumir la responsabilidad, alguien tiene que ofrecerse para ser sacrificado, alguien debe purgar por las atrocidades cometidas. Este fuego exculpatorio fue vano porque la sangre no medió. ¿Qué sangre debió ser ofrecida en el altar? La de los poderosos oligarcas ¡NO! Esa sangre no sirve porque ellos cometieron el delito con el que pecaron contra Dios. Esa sangre es ineficaz para ser perdonado.

¿Quién ha de ser sacrificado para obtener el perdón? Los animales, hombre, mujeres y niños son ineficaces. Quizá, los sacrificios de animales del Antiguo Testamento, instaurados por Dios, sean más un recordatorio de la necesidad de un sacrificado, que de aplacar la Ira justa de un Dios Justo y Santo, con el fin de ser perdonados. Esos sacrificios realmente satisfacían a Dios de forma insuficiente y cubrían el pecado del hombre de igual manera. Debido a que los sacrificios, tanto de animales como de personas (en otras culturas distantes de la hebrea) eran inútiles, tuvo que venir Dios mismo personificado en Jesucristo. Esa sangre derramada si fue eficaz pues Él no cometió ningún pecado, por lo tanto, era el sacrificio adecuado que Dios ofreció para que pudiéramos ser perdonados de nuestros pecados. La cruz donde Jesús fue sacrificado fue el altar exculpatorio donde se descargó la Ira justa de Dios contra los pecados de la humanidad. Querido lector, nada de lo que hagas para ser perdonado por tus esfuerzos tapará tus pecados ante Dios. Tu sangre no será aceptada por Dios. Tus pecados te abocan al infierno. Sólo la sangre derramada por Jesús puede exculpar tus pecados, limpiándote y restaurándote. Acércate en estos momentos a Jesucristo con un corazón arrepentido por tus pecados, serás perdonado y llamado hijo de Dios.

Su sangre, no tu sangre.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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