Esconder la culpa es una faceta intrínseca del ser humano
que imita el patrón ancestral de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ellos
intentaron tapar su culpa detrás de hojas y descargándola unos contra otros. Esta
semana hemos contemplado como los oligarcas de España han pretendido solventar
su culpa, por la mala gestión de la pandemia, ocultándose detrás de un fuego
exculpatorio. Ahora bien, ¿a qué o a quién han sacrificado en el fuego a cambio
del perdón? Todas las civilizaciones han ofrecido sacrificios a sus dioses para
aplacar su ira por los malos actos cometidos contra ellos. Animales, hombres,
mujeres y niños han sufrido el holocausto de naciones atemorizadas por sus
delitos. En esta ocasión, ¿quiénes han sido quemados en el fuego exculpatorio?
...sin derramamiento de sangre no hay perdón. (Hebreos 9:22)
El texto bíblico nos recuerda que la sangre debe mediar para
que se halle el perdón. Ninguna sangre fue derramada en el homenaje a los
fallecidos por el virus. Sólo una ofrenda floral fue presentada ante el fuego
exculpatorio que descargó las conciencias de los presentes en un conato de
zafarse de las culpas. Pero sin derramamiento de sangre no hay perdón. Alguien debe
pagar por los cristales rotos, alguien ha de asumir la responsabilidad, alguien
tiene que ofrecerse para ser sacrificado, alguien debe purgar por las
atrocidades cometidas. Este fuego exculpatorio fue vano porque la sangre no
medió. ¿Qué sangre debió ser ofrecida en el altar? La de los poderosos oligarcas
¡NO! Esa sangre no sirve porque ellos cometieron el delito con el que pecaron
contra Dios. Esa sangre es ineficaz para ser perdonado.
¿Quién ha de ser sacrificado para obtener el perdón? Los animales,
hombre, mujeres y niños son ineficaces. Quizá, los sacrificios de animales del
Antiguo Testamento, instaurados por Dios, sean más un recordatorio de la
necesidad de un sacrificado, que de aplacar la Ira justa de un Dios Justo y
Santo, con el fin de ser perdonados. Esos sacrificios realmente satisfacían a
Dios de forma insuficiente y cubrían el pecado del hombre de igual manera. Debido
a que los sacrificios, tanto de animales como de personas (en otras culturas
distantes de la hebrea) eran inútiles, tuvo que venir Dios mismo personificado
en Jesucristo. Esa sangre derramada si fue eficaz pues Él no cometió ningún
pecado, por lo tanto, era el sacrificio adecuado que Dios ofreció para que
pudiéramos ser perdonados de nuestros pecados. La cruz donde Jesús fue
sacrificado fue el altar exculpatorio donde se descargó la Ira justa de Dios
contra los pecados de la humanidad. Querido lector, nada de lo que hagas para
ser perdonado por tus esfuerzos tapará tus pecados ante Dios. Tu sangre no será
aceptada por Dios. Tus pecados te abocan al infierno. Sólo la sangre derramada
por Jesús puede exculpar tus pecados, limpiándote y restaurándote. Acércate en
estos momentos a Jesucristo con un corazón arrepentido por tus pecados, serás
perdonado y llamado hijo de Dios.
Su sangre, no tu sangre.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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