Mucha gente pasa por la vida como si nunca tuviese que rendir cuentas por sus actos. Tratan de esconder sus pésimas acciones bajo la alfombra de sus estériles conciencias y “aquí no ha pasado nada”, “paz y gloria”. Desprecian a aquellos que han ofendido con la convicción deshonesta que opina: “merecen la ofensa”; “estoy en lo cierto”. No solo eso, ni siquiera se figuran que sus actos pecaminosos en la intimidad también les responsabilizan. La integridad y la honestidad son dos cualidades que desconocen en sus formas prácticas. Íntegro es aquel que hace lo correcto en sociedad e íntimamente y honesto es aquel que reconoce sus fallas e intenta corregirlas en sociedad e íntimamente.
¿Por qué ha despreciado el impío a Dios? Ha dicho en su corazón: «Tú no le pedirás cuentas». (Salmos 10:13)
Aquí, en esta vida, muchos “se irán de rositas”. Sus agravios contra otros y contra Dios no serán satisfechos. Nunca pedirán perdón a los que lastimaron, nunca corregirán sus maldades ante Dios y su orgullo se irá con ellos intacto a la tumba. Sus vidas dan testimonio de su profunda maldad por medio de un profundo desprecio por Dios. Desprecian a Dios porque están convencidos que no le van a tener que dar cuentas. Cuando pasen la frontera de la tumba ya no habrá para ellos solución: darán cuentas a Dios por sus pecados y las puertas del infierno les darán la bienvenida.
Querido lector, Jesús vino a nosotros, tomó semejanza a nosotros y recibió nuestro desprecio una vez más debido a nuestra maldad. Seguimos teniendo que dar cuentas a Dios, pero ahora podemos hacer que Jesucristo sea nuestro Abogado. ¿Por qué? Él se puso en nuestro lugar en una cruz recibiendo de Dios el desprecio que merecíamos por haberlo humillado. Jesús murió debido a nuestros muchos pecados para que pudiésemos poner nuestra cuenta con Dios a cero y disfrutar un nuevo comienzo. Dios quiera que cale este mensaje de salvación en ti y despiertes a que un día darás cuenta a Dios por tu vida y que no escaparás de Su Ira a menos que creas en Jesucristo arrepintiéndote de tus pecados.
No escaparás de Dios.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
Creyendo que Dios no existe o no interviene en nuestras vidas, pretendemos inmunizar nuestras conciencias de nuestros malos actos. Un día estaremos todos delante de su presencia
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