sábado, 9 de febrero de 2013

Persona A Persona


Dicen por ahí que a la masa es fácil manipularla. Parece que los que piensan así planean detenidamente qué debe gustarle, cómo debe vivir y por qué está motivada la multitud de seres humanos. Unos pocos que se erigen ellos mismos como los elegidos para dirigir mueven unos hilos sutiles que hacen creer que les importas como persona. Creo que está a la vista que esto último es incierto ya que nos proponen que para alcanzar la felicidad TODOS deben vestir igual, TODOS deben oler igual, TODOS deben conducir el mismo auto, TODOS deben comer en el mismo restaurante, TODOS deben seguir a los faranduleros de moda... TODO lo que esté por debajo de estos parámetros es humillante para la persona. Lo sorprendente es que consiguen que todos bailemos a su ritmo: esto es tratarnos como masa. ¿Queda claro? Pocos piensan en el bien del otro de forma altruista. Creo que la solución sería plantearse qué es lo importante para vivir y hacerlo contracorriente de las manipulaciones sutiles y agresivas de los que miran nuestros bolsillos sin importarles lo más mínimo que somos personas como ellos. ¿Existe alguien en el universo que se preocupe por quién soy y no por lo que pueda sacar de mí?

Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. (Mateo 9:36)

Jesús estuvo rodeado por las multitudes en muchas ocasiones, las enseñó y alimentó. La multitud era atrayente para Cristo pues pensaba que no tenía a nadie que la dirigiera honestamente. Él se compadeció de ella y por esto le prestó su atención. Pero la multitud no comprendió las pretensiones del que les hablaba y cuidaba.

Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo. (Juan 6:15)

La multitud malentendió la obra que Jesús estaba haciendo entre ellos pensando que Él solucionaría sus problemas socio-económicos. Y Jesús los dejó y se fue solo. Él no venía a ser proclamado rey pues Él ya era Rey. El asunto era bien distinto: Dios se hizo hombre en Jesús para entablar una relación de amor con cada persona en particular. Él conoce tu nombre y le importa poco tu número de dni, las cifras de tu cuenta bancaria, los títulos universitarios o los logros empresariales que a lo largo del tiempo hayas conseguido. Al Rey del universo le importas tú por encima de lo que tengas o puedas darle. La verdad es que no podemos impresionar a Aquel que es dueño de todo y lo tiene todo. Pero sí podemos alucinar en colores que este Ser Único y Magnífico haya dado muestras maravillosamente inequívocas de Su inmenso amor por cada persona de este mundo.

¿Qué hizo Jesús de especial por nosotros? Vio nuestra necesidad y la cubrió. Él no tenía por qué hacerlo, pero lo hizo. Cuando el hombre decidió pecar contra Dios eligiendo desobedecerle en el Edén realmente se metió en problemas: el ser humano le dio la espalda a Dios y Dios se alejó del hombre. El pago de este delito fue la muerte, pues todo delito debe ser castigado y penalizado. Hay dos tipos de muertes la física y la separación de Dios por la eternidad. Cristo vino para pagar el precio de nuestros pecados y de esta forma zanjar la deuda contraída con Dios. Jesús satisfizo a Dios para que ya no nos diera la espalda merecidamente. Cristo efectuó el pago por medio de Su sangre vertida en una cruz hasta la muerte.
Jesús se reunió de doce colaboradores a los que amó, enseñó, respetó, lideró y todo ello con Su ejemplo por delante. Tuvo charlas con cada uno de ellos particularmente haciéndoles sentir importantes. Jesús les protegía hasta extremos que no alcanzaban a comprender. Todo liderazgo que no alcance este listón debe ser puesto en tela de juicio. A menudo comía en casa de amigos que es otra forma de intimidad entre dos seres humanos. A Jesús le interesaba la persona no sus posesiones ya que la amaba hasta el punto de dar Su vida por ella. Ese amor va también contigo; no ha menguado en lo más mínimo; no se ha deteriorado por el paso del tiempo porque Dios no cambia ni un ápice. Si quieres a alguien a tu lado que se preocupe de ti este es Jesús, no cabe la menor duda. Quizá no te sientas amenazado, repudiado y odiado como la mujer del siguiente relato bíblico pero Jesús la atendió dándole lo que necesitaba: perdón y paz.

Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. (Juan 8:3-11)

La masa quiere que Jesús sea uno de ellos y condene a la adúltera. Su reacción no se deja esperar e ignorando a la multitud inclina Su cabeza y escribe algo en la tierra con el dedo. Algunos dicen que lo que escribía eran los nombres de los presentes, Jesús los conocía por sus nombres. Como se pusieron pesados se puso en pie y retó al que no tuviese pecado para ser el primero en apedrear a la adúltera. Jesús pasa de la multitud y se dirige nuevamente a la persona. Nuevamente Jesús se sienta y sigue escribiendo. Todos pusieron pies en polvorosa, hicieron mutis por el foro, se evaporaron hasta dejar a Jesús solo con la mujer pillada infraganti en adulterio. Jesús se volvió a levantar y notó que estaba solo con la mujer. La multitud solo quería condenar pero su conciencia de ser igual a la mujer se lo impidió. Si alguien pudo haber lanzado esa piedra fue Jesús y no lo hizo. De sus labios solo salió bendición para esta mujer: "Ni yo te condeno; vete, y no peques más."

Jesús no quiere condenarte sino salvarte. No hace la vista gorda ante tu pecado exigiendo restauración por medio de tu arrepentimiento sincero para después ordenar que no peques más. Esta es la relación que Jesús espera tener contigo. Por el contrario si reúsas el ofrecimiento del perdón y la reconciliación con Dios por medio de Jesús estás perdido, pero no porque Jesús te condene sino porque has elegido condenarte tú mismo como la multitud que sigue la moda que marcan otros y como ovejas que no tienen pastor.

Masa o persona, piénsalo.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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