A Dios gracias que en España aún podemos
disfrutar de la seguridad social gratuita para todos los ciudadanos. Esto
implica una serie de derechos que el ciudadano tiene frente a esta institución,
y una serie de deberes que todos debemos cumplir para la buena marcha del
sistema de salud. Hace unos días visité al médico, y en la típica larga espera
hasta ser ¡por fin! atendido, fijé mis ojos en un cartel que exponía, a la
vista de todos, la lista de Derechos y Deberes de los usuarios del sistema
sanitario. La curiosidad me llevó a contar que eran treinta los derechos que
tenemos, frente a seis deberes que contraemos.
Lo mismo ocurre en nuestra
relación con Dios, la cual todos podemos disfrutar si nos hacemos ciudadanos
del Cielo, para de esta manera contraer una serie de derechos y deberes
específicos en esta situación especial. He aquí un buen ejemplo de lo finito:
la seguridad social, que acaba cuando nosotros fallecemos, o las reservas del
país se agoten, y, por otra parte, lo infinito: el Cielo, que nunca acabará,
recibiéndonos más allá de la muerte, cuyas reservas son inagotables, siendo el
Dios Todopoderoso e Infinito el que lo sustenta.
Si alguno quiere conocer sus
derechos y deberes con respecto a la salud debe, o bien, acercarse y leer en un
centro de salud el aludido cartel, o bien, buscar la información por otros
medios. Igualmente, para conocer nuestros derechos y deberes celestiales, hemos
de informarnos en la Biblia. Una vez adquirida la ciudadanía celestial Dios
cumplirá con los derechos que adquiramos, y nosotros cumpliremos con los
deberes que nos correspondan.
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1 Pedro 2:9-10)
Por medio de poner nuestra fe en
Jesús, y arrepintiéndonos de nuestros pecados cometidos contra Dios, es como
obtenemos la preciada ciudadanía celestial. Ipso facto Dios nos hace Sus hijos
de pleno derecho y nos otorga los títulos que he resaltado en negrita del texto
anterior. Es como sí renunciásemos a la ciudadanía española y abrazásemos la
ciudadanía de otro país recibiendo los derechos y deberes especiales de la
nueva situación. En el caso del Cielo, abrazamos la ciudadanía celestial,
dejando la ciudadanía terrenal en un segundo plano. Por supuesto, esto no
quiere decir que los ciudadanos del Cielo son rebeldes ciudadanos terrenales,
todo lo contrario, deben ser excelentes ciudadanos del mundo. Dios así nos lo
demanda, pero sabemos que nuestro destino no está aquí, sino que trasciende a lo
celestial.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. (Lucas 10:27)
Amar a Dios sobre todo, y con
todo nuestro ser, y amar al prójimo igual que a nosotros mismos, son dos
deberes que contraemos en nuestro pasaporte de ciudadanos del Cielo. Como la
esencia de Dios es el amor, Él quiere que esto se refleje en Sus hijos:
primero, amor a Él, y segundo, amor a mi semejante.
…para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9b)
Anunciar las buenas nuevas de
salvación es el tercer deber del ciudadano del Cielo. Amar a Dios nos lleva a
comprender que Él dio todo por nosotros al ofrecer a Su Hijo Jesús para
rescatarnos de la muerte por medio de la cruz y así poder sellar nuestra
ciudadanía celestial. Dios desea muchos hijos en el Cielo por eso nos ha dado
el deber de proclamar Su gran amor a nuestro prójimo. Esta es una forma excelente
de amarlos como a nosotros mismos.
Empieza a vivir como ciudadano
del Cielo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!