Como he comentado en alguna
ocasión, vivimos en la democracia de las tiranías mayoritarias, o dicho de
forma sencilla: vivimos en la tiranía de las mayorías, que para el caso es lo
mismo. La mayoría es la que impone su criterio ante una minoría que se queda
sin voz y su voto ha servido para bien poco. Esta reflexión me vino nuevamente
al escuchar en una cadena de difusión nacional, en el día de la Diada catalana,
y desde una plaza de Barcelona, que tanto comentaristas como políticos hablaban
profusamente de las bondades de que la mayoría de ciudadanos, por medio del
voto, se decantase por una opción. Resumiendo: la mayoría elige como hemos de
vivir. Pero… ¿quién ha dicho que la mayoría siempre tenga razón? Yo no. ¿Y tú,
querido lector? Tampoco. Hasta ese punto todos estamos en concordia. Entonces,
¿por qué seguimos alimentando esa práctica? En el fondo preferimos ser masa y
no individuos que hagan valer sus valores y creencias, dejándonos arrastrar por
la masa.
No digo aquí que esté mal buscar
el consenso por el voto mayoritario, pues es la forma de tener a la mayoría
contenta, aunque lo idóneo es buscar la justicia, por encima del contentamiento. Lo que quiero decir es que no siempre la mayoría tiene la razón, y
ahí radica el gran peligro. Un ejemplo crudo y duro: si se consigue por mayoría
de votos el aborto libre por cualquier circunstancia, a España le quedarían
tres telediarios. Es que aunque el aborto libre no ha llegado a las urnas,
somos de los países más viejos, por lo menos, de Europa. Imaginemos si las
urnas dieran paso al aborto libre…
Y dijo Dios: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. (Génesis 11:6)
La archiconocida historia de la
torre de Babel es un vivo ejemplo de lo que hacen los hombres cuando son de un
solo pensamiento: quieren alcanzar el Cielo por sus propios méritos y de paso,
destronar a Dios. El problema no era que tuviesen un mismo pensamiento, el
problema estribaba en que ese pensamiento iba contra el Dios que los había
creado. Grandes cosas han sucedido cuando las organizaciones se han puesto de
acuerdo para hacer el bien, pero desgraciadamente, en número igual, o mayor,
otras se han unido para urdir pensamientos oscuros. Dios nos confundió en Babel
y desde entonces hemos perdido la unidad, hasta tal medida que es imposible,
aun teniendo el mismo idioma, ponernos de acuerdo en todo.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (Romanos 3:12)
La única forma de conseguir
mayoría absoluta es porque, como refleja el texto anterior, todos nos
desviamos, de forma consensuada nos hicimos inútiles y todos somos malos. No lo
digo yo, lo dice Dios en Su Palabra, la Biblia. Cuando Jesús vivió entre
nosotros no busco a una mayoría de seguidores sino a un grupo íntimo donde
derramar Su amor y sabiduría. Sus discípulos, después de Su muerte y resurrección,
serían los responsables de esparcir la semilla del evangelio por doquier.
No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. (Lucas 12:32)
Jesús nos llamó a los creyentes
manada pequeña. Si no crees en Cristo como tu Salvador personal y te
arrepientes de tus pecados, perteneces a la manada grande, la que impera poniendo
leyes según la conveniencia sin pensar en lo que a Dios le agrada. Aquí no hay
neutralidad, o eres de la manada pequeña, o eres de la manada grande. Probablemente
sigas decidiendo pertenecer a la manada grande, aunque debo advertirte del
error que estás cometiendo, porque de lo contrario lo que escribo no tendría
sentido. Un día la manada grande, la que no ha contado con Dios para nada, de
la cual aún formas parte, será sentenciada por el mismo Dios a cumplir la
condena, que por méritos propios ha ganado. Estoy seguro de que entiendes
perfectamente lo que te quiero decir. Dejo la pelota en tu campo, pues nadie
puede decidir por ti el depositar tu fe en Jesús, para salvarte de la
condenación eterna. Tú mismo, querido lector.
Solo Jesús merece la mayoría
absoluta.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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