Me encontraba caminando por la calle hacia mi casa. De
repente escuché un crepitar que me sonaba reconocible. ¡Exacto! Era ese tipo de
plástico con burbujitas que a todos gusta apretar para oír el sonido cuando
estallan. El transeúnte que iba delante hacía sonar el plástico en su mano
derecha. Sin más, se ve que se cansó de aplastar burbujas, tiró la bola de
plástico al suelo. Me indignó tal actitud y, no corto ni perezoso, me agaché y
recogí el plástico del suelo.
El transeúnte me escuchó decir: “Ya que no lo tira a la
basura, lo tiraré yo”. A partir de ahí se inició un casi monólogo por parte del
transgresor lleno de auto justificación. “¿Qué? Te dedicas a recoger lo que
todos tiran”. “¿No ves coma está la cera?”. “¡Todos tiran la basura al suelo!”.
“¡El suelo está lleno de caca de perro!”. “El plástico no tiene importancia ya
que no ensucia”. Entre justificación y justificación intentaba explicarle con
frases cortas que las cosas se hacen porque están bien, sin importar lo que
hagan los demás. Este transeúnte tenía la costumbre de Vicente que va donde va
la gente. Otro punto patético del caso es que a pocos metros había un
contenedor para reciclar el plástico. Lo metí ahí y adiós, muy buenas. Él se
metió en su portal (casi enfrente del contenedor) y yo seguí hacia mi casa.
Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Dios entre los árboles del huerto. (Génesis 3:8)
Es que cuando somos pillados infraganti en un delito todos
tendemos a escondernos. La huída, agresión o justificación son meros
escondrijos de la vergüenza que nos causa el pecado al ser sacado a la luz. Algunos
catalogan el pecado en venial y mortal y otros piensan que el pecado no existe.
La verdad sobre el asunto está en Dios y se refleja en cada una de nuestras
efímeras vidas. Pecar es ir en contra de la Ley de Dios y el reflejo de ello es
que hacemos lo que nos da la gana, hasta el punto de imitar en pequeños gestos
la maldad de otros (véase el ejemplo funesto del transeúnte).
El acto y deseo de justificar el pecado es una razón más
para creer que Dios tiene razón y ha puesto en cada uno la conciencia que nos acusa
cuando algo está mal. El gran problema es que muchos tienen su conciencia
cauterizada por tanto mal cometido que se transformarían en Hitler a la más
mínima oportunidad. Jesús trajo la solución. Él vino a nosotros a justificarnos
eternamente. Por medio de Su sacrificio en una cruz pagó por todos nuestros
pecados con el fin de que tengamos la oportunidad de ser justificados delante
de Dios. Querido lector, tienes la increíble oportunidad de ser justo si crees
en Jesús con fe y reconoces tus pecados delante de Dios en arrepentimiento. No desaproveches
la oportunidad pues hay otra realidad: el infierno para aquellos que rechazan a
Cristo.
El pecado es basura.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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