¡Qué contrariedad! Todo apunta al corazón como la fuente del
amor y todo lo bueno que emana del ser humano. El amor mueve al mundo, se oye
decir, y el motor del amor es el corazón, digo yo. El ideal es el amor que emana
de los corazones a modo de película de Hollywood. Al final se llega al destino
deseado, se vencen los obstáculos, y el corazón vence aun a la razón. Qué
contrariedad: Un mundo que ensalza la razón por encima de la espiritual se
rinde ante la subjetividad del corazón. A pesar de todo, somos todo corazón.
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9)
¡Qué contrariedad! La Biblia nos enseña todo lo contrario. El
corazón del hombre es engañoso y perverso en grado sumo, “más que todas las
cosas”, dice el profeta Jeremías. Del fondo del corazón salen todos los malos
pensamientos que dan a luz cada mala acción y toda perversión. No solo
perjudicamos a los demás con nuestro corazón contaminado sino que, además, sin
darnos cuenta estamos malogrando nuestra propia situación moral, espiritual y
física. Nuestros pensamientos y actos nos condenan.
Nos preguntamos Jeremías, ¿quién lo conocerá? O, ¿Quién
puede comprender al corazón? El hombre no llega a entender de forma clara los
entresijos del corazón y la mente. No hay ninguna fórmula matemática que lleve
a decir que dos más dos son cuatro en estas cuestiones. ¡Hay esperanza! El salmista
nos presenta al que sí tiene el conocimiento para responder su pregunta “¿quién
lo conocerá?”: Yo
el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno
según su camino, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:10). Dios
investiga y examina los más profundos laberintos del corazón. Ante tal
escrutinio ninguno sale indemne. Dios inspecciona los corazones para que cada
uno reciba su merecido.
Unos versículos antes Jeremías escribe lo que recibirán las
personas en pago de sus frutos: Así ha dicho el Señor: Maldito el varón que confía en el
hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor. Será como
la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en
los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el
varón que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el
árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y
no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de
sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto (Jeremías 17:5-8). Aquí
no hay ninguna contrariedad: la persona que ponga su corazón en el hombre
recibirá condenación y la persona que ponga su corazón en Dios recibirá la
salvación.
¿En quién confía tu corazón?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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