En mi infancia no era de extrañar que la luz se fuese por
causa de un apagón de la central eléctrica o por fundirse el plomillo. Cuando el
apagón se producía de noche, cosa que recuerdo como lo habitual, todos íbamos a
buscar las velas preparadas para estos casos de urgencia. Casi era una aventura
encontrarlas pues de un apagón a otro ‒solían
no distanciarse mucho el uno del otro‒,
se nos olvidaba el sitio donde las habíamos guardado. Cuando pasado un buen
rato volvía la luz, la recibíamos con alegría. No es lo mismo la tenue luz de
las velas que la brillante luminosidad de la luz eléctrica.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (Juan 1:9)
Un buen día el cielo se quedó sin luz. Se produjo el apagón
esperado porque ya estaba dispuesto que así debía ocurrir. Por lo tanto, no
hubo sobresaltos ni caras de sorpresa ni ángeles corriendo en busca de unas
velas preguntándose dónde las habían guardado. Por un tiempo el cielo sufrió un
apagón, no por impago a Endesa ni por un corto circuito ni siquiera por la
negligencia de algún operario que se equivocara en el color del dichoso
cablecito. Simplemente el cielo se quedó sin luz porque así estaba establecido
desde la eternidad.
Si la Luz verdadera, la que nos alumbra, vino a este lugar
del universo podemos estar muy alegres, como en mi infancia al volver a
disfrutar de la luz, porque tenemos la oportunidad de ver. El cielo se apagó
por un tiempo para que la humanidad fuese alumbrada con el que es la Luz
verdadera: JESÚS. Qué privilegio más grande que Jesús nos visitase con Su luz. Él
es la Luz inagotable y gratuita. No es que Él traiga la luz, nos diga dónde
encontrar la luz o simplemente, nos alumbre el camino. ¡No! ¡Él es la Luz!
Jesucristo vino con la misión de alumbrar nuestras mentes y
corazones revelando el amor del Padre por cada uno de nosotros. Treinta y tres
años después de encenderse Su luz en la tierra Jesús se ofreció sacrificando Su
vida por nosotros en una cruz con el fin de encender las nuestras. Recuerda,
querido lector, navidad significa que el cielo se quedó sin Luz para que tú y
yo fuésemos iluminados por Aquel que es la Luz: JESÚS. Es mi mejor deseo hacia
ti que en estas navidades te alumbre Cristo, la Luz del mundo, para que te
rindas ante Él con arrepentimiento de tus pecados y comiences a confiar, eso es
la fe, en Su Luz Verdadera.
Ahora hay Luz.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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