En una de nuestras escapadas a las Alpujarras granadinas mi
esposa y yo tuvimos la dicha de encontrar un lugar bendecido por la mano de
Dios y, a la vez, maldecido por la mano del hombre. El sitio en cuestión es un
pinar frondoso y fructífero. La llanura y el monte quedan recubiertos por esos
pinos que destilan su aroma por doquier. En uno de los laterales de tan idílico
paraje observamos que ciertos árboles estaban cortados por la parte más cercana
al suelo. Esas reminiscencias de árbol estaban quemadas. Cierta parte del
bosque había sufrido un incendio. Lo sorprendente de lo que observamos es que
aún de la muerte que causó el incendio se puede extraer vida. La foto de la
izquierda es un reflejo de ello.
Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y porque aún no les habían quitado la naturaleza pecaminosa. Entonces Dios les dio vida con Cristo al perdonar todos nuestros pecados. (Colosenses 2:13)
El tronco quemado nos recuerda como Jesucristo fue muerto
por causa de nuestros pecados. De esa muerte, paradójicamente, surgió vida. Jesús
sufrió una muerte vergonzosa para quitar de un plumazo nuestras vergüenzas a
causa de los infinitos pecados que cometemos diariamente. La muerte eterna es
la condición espiritual a la que nos enfrentamos si Cristo no interviene
perdonando los pecados tuyos y míos. Dios quiere darnos vida eterna y sólo un
paso es necesario: confiar (fe) en que Jesús nos perdona los pecados si nos
arrepentimos. Desde ese momento Dios nos da la vida con Cristo y es como si
brotáramos de Él.
¡Vida!
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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