El apóstol Juan nos presenta al Verbo, el Hijo de Dios, por medio de resaltar una serie de características propias en el capítulo uno de su evangelio. Nos dice que el Verbo existía desde el principio, estaba con Dios, y era Dios, todo fue creado por Él y sin Él no hubiese existido la posibilidad de crear nada. A renglón seguido Juan se detiene en una cualidad del Verbo: la luz. Expone que en el Verbo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. No solo eso, sino que la luz tiene la cualidad extra de difuminar las tinieblas. La oscuridad desaparece instantáneamente cuando la luz, Jesús, aparece en escena.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (Juan 1:9)
Y entró en escena. Aquella luz, que también posee la verdad porque es verdadera, no solo alumbra a todas las personas, sino que las quiso alumbrar de cerca al venir a vivir entre ellas. Jesús se acercó a nosotros para que viésemos Su luz de primera mano. Pero la mayoría de los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Amaron más sus pecados que a Jesucristo. Prefirieron seguir en la oscuridad voluntariamente que ser iluminados por Cristo y dejar sus pecados. Dios no tuvo que condenarlos pues se condenaron ellos mismos al rechazar la luz de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (Juan 3:19).
Aquellos que han abrazado la luz, echando mano de ella y creyendo en ella, han sido adoptados por Dios como Sus hijos de pleno derecho. Jesucristo, la luz, un día fue puesto en lo más alto de un monte y más alto que cualquier persona al ser clavado en una cruz. Así alumbró con Su mayor fulgor a todos los hombres, de todos los tiempos, etnias y condición. El mensaje que trasmitió fue sencillo: quien me reciba y crea en mí será salvo. Sus pecados serán perdonados y vivirá eternamente. Esto es posible porque la luz vino a este mundo y se apagó por tres días por causa de nuestros pecados, pero resucitó y Su brillo es aún más glorioso, si cabe. Querido lector, arrepiéntete de tus pecados, cree en Jesús y andarás en Su luz. Las tinieblas de tu pecado se disiparán.
¿Seguirás en las tinieblas?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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