Hay momentos críticos en la vida en los que hay que ponerse manos a la obra de forma radical. Hay que actuar con métodos más invasivos. Todos los medios posibles se pusieron en práctica hasta agotarlos, pero dieron escasos o nulos resultados. ¿Qué hacer cuando se ha hecho todo? ¡Clamar a Dios! El último recurso de esta humanidad caída es Dios. Él es la única bala en la recámara, la única respuesta al caos y la única posibilidad de salvación. Ante tanto descaro por vivir alejado de las leyes de Dios, ¿estará dispuesto Dios mismo a arremangarse y actuar convenientemente?
Tiempo es de actuar, oh Señor, Porque han invalidado tu ley. (Salmo 119:126)
El salmista clama a Dios para que haga algo debido a que los hombres han pisoteado Sus leyes imponiendo las propias a su antojo. Esta es una época donde se aplican leyes para todo en un intento de coartar la libertad de las personas. Las leyes de los hombres siempre han sido injustas si su procedencia no ha sido la ley de Dios escrita en la Biblia. De hecho, las naciones más prósperas son las que han desarrollado leyes basadas en las Escrituras. ¿Qué hace Dios con las naciones que no atienden a Su ley? Como alguien dijo, Dios les da gobernantes injustos.
Dios ha actuado por medio de Su Hijo Jesucristo. Él es la respuesta radical de Dios a la insubordinación del hombre. Al igual que al soldado desertor le espera un tribunal militar, a cada persona pecadora le espera el Tribunal de Cristo. En ese Tribunal los que hayan sido rebeldes a la ley de Dios serán severamente castigados con justicia. Jesucristo, por medio de Su sacrificio en la cruz, estableció nítidamente dos bandos: los injustos, aquellos que siguen con sus vidas de espaldas a Jesucristo y con la fe en el hombre, y los justos, aquellos que viven por la fe en Jesucristo, que los ha salvado del infierno y de la muerte eterna. Dios actuó en Jesucristo, por lo tanto, hay esperanza para el que acata Sus leyes y desesperanza para el que las desobedece. Arrepiéntete de tus pecados y confía en Jesús.
Jesucristo es el acto último de Dios.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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