Imagínate que, tras tu muerte, llegas a las puertas del cielo. Por supuesto, tu deseo es entrar como todo hijo de vecino. Es totalmente normal el deseo de llegar a esas puertas celestiales y, como un momento glorioso, pasar adentro de forma triunfante. Sigue imaginando que Jesús sale a tu encuentro, porque Él es el que tiene las llaves y no Pedro, y te pregunta: ¿qué razón me das para dejarte entrar en mi casa celestial? Creo que es fácil imaginar que te quedarías a cuadros, pero nuevamente, como todo hijo de vecino, le argumentarías a Jesús: Jesús, la razón que te doy para entrar al cielo es que he sido buena persona.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16)
Siento decirte, querido lector, que si tu bondad es la razón por la que Jesús ha de abrirte las puertas del cielo de par en par, andas bastante descaminado. Jesús mismo nos dio la razón por la cual vamos al cielo. Esa razón es creer en Él. Dios te amó de una forma tan exagerada que ofreció a Su Hijo, la Persona más grande del cielo y la creación, con el propósito de poder reconciliarte con Él. La única condición para salvarte del infierno es creer en Jesús. Todos pecamos y, por desgracia, lo seguiremos haciendo, pero la condenación eterna no la provoca el pecado, sino la incredulidad de aquellos que conocen a Jesús y deciden no creer en Él.
Dios Padre te ha tendido Su mano para que os reconciliéis por medio del sacrificio de Jesucristo en la cruz. Nuestros pecados y delitos han necesitado ser juzgados por la justicia de Dios y el pago de nuestros pecados cayó sobre Su Hijo. La cruz fue el lugar más grande del amor de Dios y de reconciliación con Dios del universo. ¿Deseas entregar tu vida a Jesús? Ora a Dios arrepintiéndote de tus pecados y pidiéndole que te reciba como a un hijo. Desde ese mismo instante las puertas del cielo se abrirán para ti. Un día, cuando llegues a Su presencia y te pregunte por qué razón debería dejarte entrar a Su casa, tú le responderás: porque creí en ti. Con gozo te responderá: ¡Entra a tu casa, hijo mío!
Cree, no seas incrédulo.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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