La cuarta escena que elijo para esta cuarta semana de Adviento es la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén. José y María llevan al Niño para consagrarlo a Dios, pues así se acostumbraba, por mandato divino, a hacer con los primogénitos de cada familia o animales. Jesús desde bebé fue, como no podía ser de otra forma, consagrado a Dios. al llegar al Templo se encuentran con los que serían dos testigos presenciales que confirmarían que el Niño era el Mesías prometido que salvaría al pueblo de sus pecados. Algo similar ocurrió con la escena de la visita de los pastores que vimos la semana pasada. Además, los astrólogos de oriente, por medio de sus regalos, confirmaron dando gloria y honor al Niño de Belén. Todos testigos del nacimiento del protagonista de la Navidad: JESÚS.
Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. […] Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. (Lc. 2:25, 36-37)
¡Qué maravilla! ¡Qué bendición! Encontrarnos hoy día con personas como Simeón y Ana sería todo un honor. Una bendición mayúscula. Simeón, que dedicó su vida a esperar al Señor y Dios le concedió lo que le prometió sosteniendo al Salvador en sus propias manos. ¿Qué decir de Ana? Ella decidió, al enviudar muy joven, dedicarse a servir al Señor en el Templo. Oraba y ayunaba esperando la salvación de Dios por medio del Mesías. Sus ojos contemplaron, como Simeón, a Jesús el Mesías. Mientras Simeón dio gracias a Dios y bendijo a los padres, Ana se unió en agradecimientos a Dios y en extender entre el pueblo que el Mesías había llegado.
Querido lector, dedica tu vida a estudiar la Biblia, la Palabra de Dios. En ella encontrarás a Jesús y nada, en este mundo o en la eternidad, te traerá más gozo. Como el gozo que recibieron Simeón y Ana. Además, dedica tu vida a servir en la iglesia en las formas que Dios te haya capacitado, dándole gracias y esparciendo a todos los que se crucen por tu camino que Jesús nació para perdón de los pecados a todo aquel que se arrepiente e igualmente, para salvación eterna a todos aquellos que por medio de la fe siguen a Jesucristo. Recuerda que este tiempo de Adviento fue el prólogo para que Jesucristo consumara Su obra de salvación en una cruz por ti y por mí.
Sé como Simeón y Ana.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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