Hace unos días vi un corto que
trataba de motivar a no perder la buena costumbre de saludar cuando se llega a
algún sitio. En los tiempos que corren esa costumbre se está perdiendo, y en
según qué países hasta resulta muy extraño saludar cuando se llega a cualquier
establecimiento. Es un signo de los tiempos que cada vez vivimos más aislados,
como islas en medio del mar. Me gusta saludar a las personas cuando me encuentro con
ellas, me parece una falta de respeto no hacerlo, pero igualmente me gusta que
me devuelvan el saludo. ¿Has saludado alguna vez y no te han devuelto el
saludo, querido lector?
A mí sí me ha pasado, y muchas
veces, por desgracia. La sensación que se me queda es de tener un súper poder.
Sí, de esos que vemos en nuestros admirados súper héroes de la niñez, la
adolescencia y la adultez. Más concretamente el súper poder que tengo cuando no
atienden mi saludo es la invisibilidad. ¡Me transformo en el hombre invisible!
Esto me ocurre a menudo pero creedme, tengo tantas personas para las cuales no
soy invisible que no me importa. Si alguien no te devuelve el saludo… él o ella
se lo pierde.
Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. (Juan 20:19)
La escena anterior se desarrolla
después que Jesús resucitó. Aunque las puertas de la casa estaban cerradas por
el miedo que sentían Sus discípulos, Jesús entra. Lo primero que hace es lo que
se esperaría de una persona educada, el saludo. En nuestro entorno es un simple
hola, buenos días, buenas tardes, etc. En la cultura hebrea el saludo es Shalom
que se traduce paz a vosotros. Me imagino que los discípulos no reaccionaron
educadamente respondiendo al saludo, más bien se quedaron pasmados. Y cuando les hubo
dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron
viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me
envió el Padre, así también yo os envío (Juan 20:20-21). Jesús les muestra
Sus credenciales para que comprueben que no les miente y ellos se alegraron de
volver a verle. Entonces Jesús repitió nuevamente Su saludo: paz a vosotros
¡Shalom!
Para Jesús no somos invisibles.
Él nos conoce y nos saluda cuando pasamos por Su lado. Tristemente sé que para
muchos Él sí es invisible. Quizá para ti lo haya sido durante toda tu vida,
querido lector. Este es otro momento en el que Jesucristo te dice “paz a ti” y que tú no deberías
desaprovechar. El saludo del Señor demanda una respuesta porque de lo contrario
tú te lo pierdes. Jesucristo vino a nosotros obedeciendo a Dios Padre con la
misión de librarnos de la muerte eterna porque Dios estaba airado contra
nosotros a causa de nuestros pecados contra Él: nos saltamos Su ley y eso
demanda castigo. Por eso Jesús es el saludo de Dios para el ser humano. Jesús,
por medio de pagar el precio de nuestros pecados a Su Padre, calmó la ira de
Dios y nos abrió el camino al Cielo.
Jesús está pasando por tu lado. Respóndele
con un simple hola a Su ¡Shalom! ¡Paz a ti! Bajo Su amigable saludo te hará entender
Su amor inagotable por ti y tu necesidad de arrepentirte de los pecados que has
cometido y descansar en Sus amorosos brazos, creyendo que Él es el saludo de
Dios para ti. Recibe la paz que Jesús vino a darte para librarte del castigo
eterno que nos hemos merecido: una eternidad sin esperanza de paz ya que Jesús
no volverá a saludarte. Allí serás realmente invisible.
No soy invisible para Jesús.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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