sábado, 15 de noviembre de 2014

Un Hola Vale Más Que Mil Palabras

Hace unos días vi un corto que trataba de motivar a no perder la buena costumbre de saludar cuando se llega a algún sitio. En los tiempos que corren esa costumbre se está perdiendo, y en según qué países hasta resulta muy extraño saludar cuando se llega a cualquier establecimiento. Es un signo de los tiempos que cada vez vivimos más aislados, como islas en medio del mar. Me gusta saludar a las personas cuando me encuentro con ellas, me parece una falta de respeto no hacerlo, pero igualmente me gusta que me devuelvan el saludo. ¿Has saludado alguna vez y no te han devuelto el saludo, querido lector?

A mí sí me ha pasado, y muchas veces, por desgracia. La sensación que se me queda es de tener un súper poder. Sí, de esos que vemos en nuestros admirados súper héroes de la niñez, la adolescencia y la adultez. Más concretamente el súper poder que tengo cuando no atienden mi saludo es la invisibilidad. ¡Me transformo en el hombre invisible! Esto me ocurre a menudo pero creedme, tengo tantas personas para las cuales no soy invisible que no me importa. Si alguien no te devuelve el saludo… él o ella se lo pierde.

Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. (Juan 20:19)

La escena anterior se desarrolla después que Jesús resucitó. Aunque las puertas de la casa estaban cerradas por el miedo que sentían Sus discípulos, Jesús entra. Lo primero que hace es lo que se esperaría de una persona educada, el saludo. En nuestro entorno es un simple hola, buenos días, buenas tardes, etc. En la cultura hebrea el saludo es Shalom que se traduce paz a vosotros. Me imagino que los discípulos no reaccionaron educadamente respondiendo al saludo, más bien se quedaron pasmados. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío (Juan 20:20-21). Jesús les muestra Sus credenciales para que comprueben que no les miente y ellos se alegraron de volver a verle. Entonces Jesús repitió nuevamente Su saludo: paz a vosotros ¡Shalom!

Para Jesús no somos invisibles. Él nos conoce y nos saluda cuando pasamos por Su lado. Tristemente sé que para muchos Él sí es invisible. Quizá para ti lo haya sido durante toda tu vida, querido lector. Este es otro momento en el que Jesucristo te dice “paz a ti” y que tú no deberías desaprovechar. El saludo del Señor demanda una respuesta porque de lo contrario tú te lo pierdes. Jesucristo vino a nosotros obedeciendo a Dios Padre con la misión de librarnos de la muerte eterna porque Dios estaba airado contra nosotros a causa de nuestros pecados contra Él: nos saltamos Su ley y eso demanda castigo. Por eso Jesús es el saludo de Dios para el ser humano. Jesús, por medio de pagar el precio de nuestros pecados a Su Padre, calmó la ira de Dios y nos abrió el camino al Cielo.

Jesús está pasando por tu lado. Respóndele con un simple hola a Su ¡Shalom! ¡Paz a ti! Bajo Su amigable saludo te hará entender Su amor inagotable por ti y tu necesidad de arrepentirte de los pecados que has cometido y descansar en Sus amorosos brazos, creyendo que Él es el saludo de Dios para ti. Recibe la paz que Jesús vino a darte para librarte del castigo eterno que nos hemos merecido: una eternidad sin esperanza de paz ya que Jesús no volverá a saludarte. Allí serás realmente invisible.

No soy invisible para Jesús.


¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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