En una época saturada de ciencia, Dios nos exige el más
difícil todavía: FE. Al contrario de lo que se piensa de forma generalizada la
fe cristiana no es confianza a ciegas. La fe que Dios espera de aquellos que se
acercan a Él tiene una base sólida en la historia, la ciencia y la experiencia
personal de cada uno de los creyentes. Llama la atención que los tan aplaudidos
griegos no sólo se sustentaban en la física sino que además consideraban muy
seriamente la metafísica, es decir, iban más allá de la física. Ellos reconocían
que una ciencia sin alma y espiritualidad carecía de vida.
En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. (Hebreos 11:6)
El hombre no puede ganar a Dios por medio de sus
conocimientos científicos. Dios es el Creador y, por consiguiente, conoce todos,
¡TODOS!, los secretos de la creación. Tú y yo, no. La soberbia del ser humano
lo hace afrentar a Dios descaradamente al ponerlo en tela de juicio con su
pequeño conocimiento, muchas veces erróneo, del medio que le rodea y de Dios
mismo.
Hay dos conocimientos que basan la fe: creer en la
existencia de Dios y que Él recompensa a los que desean hallarlo. Por un lado,
el conocimiento de Dios es el más alto nivel de sabiduría que una persona puede
obtener en esta vida y en la eternidad. Por otro lado, Dios otorga el mayor
beneficio a todos los que le buscan porque hallan la salvación en Cristo. Por
lo tanto, la fe es creer en Dios y experimentar su salvación. La ciencia es
creer en el hombre y experimentar sus contradicciones. Querido lector, elige la
inamovible verdad de la fe en Dios y escapa de la inestabilidad de criterio de
la ciencia humana. Todo esto acabará pero las promesas de Jesucristo para los
que tienen fe en Él son eternas. La muerte de Jesús, Su resurrección y la Biblia dan fiel
testimonio de ello.
Menos ciencia y más fe.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!