Todos tenemos nuestro talón de Aquiles y como ejemplos hay
un buen ramillete de personajes relevantes en la historia que confirman el
hecho. Está semana estoy inmerso en la lectura del libro "El talón de Aquiles: Los aspectos más oscuros de la condición humana
a través de la historia", del historiador, entre otras disciplinas, Dr.
César Vidal. Al igual que Aquiles tuvo su punto flaco, que lo llevó nada más y
nada menos que a la muerte, el endiosamiento de Calígula, la intransigencia
religiosa de Felipe II, el alcoholismo de Edgar Allan Poe, la
homosexualidad de Oscar Wilde o el odio por el ser humano de Lenin, los
llevaron al fracaso personal y de su entorno.
¿Cuál es tu talón de Aquiles? ¿Qué te hará fracasar si no lo
sueltas? Es más, ¿reconoces que tienes un defecto, una lacra que te impide el
éxito? Los personajes arriba mencionados no se percataron de su propia
debilidad por ambición, orgullo o insensibilidad. ¿Padeces tú de esos
narcotizantes que te impiden ver tu realidad? En la Biblia el talón de Aquiles
es el pecado. De hecho, lo que nos hace fracasar es el pecado en sus muchas
formas de hacerse visible. De entre los personajes citados en el libro se halla
el escritor ruso Fiodor Dostoievski cuyo talón de Aquiles era el juego. Era lo
que hoy en día catalogamos como un ludópata. Su vida estuvo a punto de
arruinarse de no ser por el encuentro que tuvo con Jesucristo.
El talón de Aquiles de Jesús fue el pecado. Nuestro pecado.
Él no pecó jamás. Cristo entregó Su vida en una cruz para librar a la humanidad
de su talón de Aquiles, el pecado. El pecado es lo que produce la muerte de
cada uno de nosotros y la muerte no es otra cosa que vivir eternamente
separados de Dios. El merecido castigo no recayó sobre nosotros sino sobre
Jesucristo. Hoy, al igual que Dostoievski, puedes librarte de tu talón de Aquiles
si te arrepientes de tus pecados y pones tu fe en Jesucristo como Salvador, el
que te libra de la muerte y del infierno, y como Señor, el que gobierna con
autoridad sobre tu nueva vida.
Tu debilidad te mata.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!