Lo que destaca dentro de una obra
musical es la melodía. Quitemos la melodía de una obra, por muy grande que esta
sea, y la dejaremos huérfana, como vacía de significado y emotividad. Todos identificamos
tal o cual obra por su melodía única. Tengo un amigo muy querido que dice que a
veces con solo escuchar una banda sonora se reconoce si es buena o no la
película. Las melodías están sustentadas por un acompañamiento armónico que
hacen de ellas lo que son, melodías. Se podría realizar un experimento
cambiando la base armónica a una melodía específica y comprobaríamos de primera
mano el cambio sustancial de esa melodía. Ya no sonaría a nuestros oídos igual.
Te imaginas, querido lector, cambiar el acompañamiento armónico a la obra cumbre
de Beethoven la novena sinfonía, que contiene el celebrado "Himno a la
Alegría". Como poco quedaríamos perplejos y con un rictus de extrañeza en
la tez. El ritmo es otro factor que nos hace reconocer a una melodía. Sabemos cuánto
dura cada nota y si se adelanta o atrasa en el discurso musical, nos damos
perfecta cuenta. Me estoy poniendo demasiado técnico musicalmente hablando, lo
sé. Es necesario. El caso es que ningún elemento debe faltar en una melodía
para ser reconocible. Ahora bien, para distinguir sutilezas, el oído debe estar
entrenado. Sé que hay personas , como se suele decir vulgarmente, con una oreja
enfrente de la otra, siendo unos negados para el arte musical, pero como toda
disciplina, se puede desarrollar hasta extremos insospechados. Es cuestión del
empeño e interés con que nos tomemos el reto. Hay melodías alegres, tristes,
luminosas, oscuras, burlonas, serias,
delicadas, violentas... estas expresan los estados del alma en cada
momento de la vida de un compositor. La música es espiritual porque llega al
alma de todos.
Tú eres el compositor de una melodía.
Cada paso que das compone las notas de esa melodía única que es tu vida. Aquí
nuevamente podemos observar mucha riqueza y variedad en las melodías. Una vida
alegre interpretará notas llenas de esperanza. En contraste, una vida triste
dejará oír una melodía amarga. ¿Qué notas componen tu melodía? Aunque intentes
bajar el volumen de ella, seguirá sonando a los oídos de los que te escuchan. Es
como intentar dejarte crecer la barba y colocarte gafas oscuras (si eres
hombre) o cambiarte el peinado y ponerte gafas fashion (si eres mujer) con el fin de que no te
reconozcan. Sabes a ciencia cierta que es inútil el intento. La personas
acabarán reconociéndote.
Una melodía necesita de un buen
director de orquesta que la haga lucir esplendorosa. El director hace que las
notas que contiene esa melodía llena de significado y vida puedan ser oídas y
entendidas de forma clara por todos los que se detienen a escuchar el gran
concierto. Su mano diestra hará matizar cada momento de manera especial dando
significado nuevo donde nosotros mismos pensábamos que esas notas carecían de
valor. ¿Quién es el director de tu vida? Si me dices con orgullo que tú mismo
caerás en el error de pensar que una melodía puede ser dirigida y perfeccionada
por uno mismo. ¿Cuándo unas notas escritas en un pentagrama, por valiosas que
estás sean, han sonado sin la mano diestra del intérprete que le dé vida a la
grafía musical? En otro orden de cosas, ¿qué sería del Quijote sin un ávido lector
que le diera vida a las palabras escritas por Cervantes? Un libro muerto. Lo mismo
pasa con las notas melódicas de tu vida. Si el Gran Director no las interpreta,
estás notas están muertas. Dios es el Director.
Si Dios no le da vida a tu
melodía seguirá muerta. Serán notas que no alcanzan la expresividad y propósito
para lo cual fueron creadas. Tu vida tuvo un gran propósito cuando Dios te
formó. Atiende lo que la Biblia dice al respecto: «Entonces Dios
formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue
el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7). "Aliento
de vida", Dios puso Su melodía en nosotros al insuflarnos Su vida
(aliento). Así llego el hombre "un ser viviente", es decir, una
melodía plena de vida, vibrante de emociones, y un propósito bien definido: «Tomó, pues, Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén,
para que lo labrara y lo guardase» (Génesis 2:15). Labrar y
guardar, o lo que es lo mismo, trabajar y proteger. Esto es lo que todo ser
humano anhela: ganarse el sustento dignamente y proteger su labor. Dios proveyó
un lugar donde el género humano se desarrollara totalmente con Su ayuda amorosa
y Su amistad fiel. Miel sobre hojuelas, diríamos. Tristemente la melodía llegó
a desvirtuarse hasta el punto de la disonancia más calamitosa. El hombre
desobedeció flagrantemente a Dios pecando. «Pero la serpiente
era astuta, más que todos los animales del campo que Dios había hecho; la cual
dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?
Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto
podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios:
No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente
dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y
vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos,
y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y
dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos
los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas
de higuera, y se hicieron delantales» (Génesis 3:1-7).
Dejaron que sus melodías fuesen dirigidas por un director malvado, el mismísimo
Satanás, que los embaucó a su antojo. Desde entonces el mundo es un lugar de
melodías muertas sin ton ni son.
¿Deseas ser una melodía que
cumpla con los propósitos divino? Cree en Jesucristo, el Hijo de Dios, enviado
por el Padre para salvar lo que se había perdido, nosotros. Arrepiéntete de tus
pecados, es decir, tus malas obras delante de Dios que te creó y se ha acercado
hoy a ti para salvarte. Pon tu vida en manos del Gran Director del Cielo y el
universo. De lo contrario seguirás desafinado el resto de tu vida y un día,
cuando se pare hasta la disonancia que provocas, ya no tendrás oportunidad para
que Dios arregle la partitura. Habrás muerto, acabando así con la esperanza de
ser una bella melodía en las manos del Gran Intérprete. Dios tenga misericordia
de ti abriéndote los ojos del entendimiento y la puerta del corazón.
Armonía o disonancia, elige.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!