Capítulo 13
Nuestro padre, Israel, nos
reunió a todos sus hijos para profetizar lo que sucedería con nuestras vidas en
el futuro. Todos fuimos ante su presencia rápidamente y sin demora pues
sabíamos que el tiempo de su partida estaba cercano.
Estas fueron las
declaraciones que Jacob habló a nosotros, sus hijos: Rubén, aunque fuese el
primogénito, no sería el principal a causa de su pecado; Simón y Leví serían
diseminados en las demás tribus de Israel; Judá gobernaría sobre sus hermanos; Zabulón
habitará al lado del mar y se extenderá hasta Sidón; Isacar llegará a ser
esclavo; Dan juzgará a su pueblo; Gad será atacado pero el vencerá; Aser disfrutará
sus comidas y dará deleitas al rey; Neftalí usaría de palabras engañosas; José será
colmado de las bendiciones de Dios; Benjamín vencerá y repartirá las sobras.
Estas son las palabras con las
que nuestro padre nos bendijo. Todos recibimos nuestra parte de las
bendiciones. Jacob profetizó lo que más adelante sería la realidad de cada
tribu causado por el carácter, motivaciones y maneras de actuar de cada uno de
sus hijos. Mi padre tuvo que lidiar toda su vida con los desmanes de cada uno
quizá por su forma de educarlos y ciertamente por las tendencias a la maldad de
cada uno de ellos. Solo yo me mantuve firme en mi amor por Dios.
La última petición de Jacob a
nosotros fue que lo sepultáramos con sus padres en el campo de Macpela, en la
tierra de Canaán. Todos nuestros antepasados desde Abraham se hallan allí. Al
terminar de darnos a conocer su deseo de estar con sus antepasados al morir,
nuestro padre Jacob expiró, dejándonos para encontrarse con el Dios de sus
padres, el mismo Dios que Israel prometió que estaría con nosotros y nos
sacaría de la tierra de Egipto para llevarnos a la tierra prometida.
Capítulo 14
Lloré la muerte de mi padre
abrazándolo y besándolo desconsoladamente. Mandé a que lo embalsamasen y cuando
los médicos lo embalsamaron hubo que dejar pasar cuarenta días. Después de
pasados los cuarenta días del embalsamamiento los egipcios lo lloraron por
setenta días.
Pasado el luto pedía a Faraón
permiso para cumplir la promesa a mi padre de enterrarlo en la cueva de
Macpela, junto a nuestros patriarcas. Faraón nos dejó de buen grado y nos
dispusimos para la marcha. Vinieron con mi familia todos los siervos del rey,
los ancianos de su casa, y todos los ancianos de Egipto. También se unieron al
cortejo fúnebre carros y gente de a caballo formando un escuadrón muy grande. Cuando llegamos a la era de
Atad, hicimos duelo por siete días con grande y muy triste lamentación. Fue tal
la lamentación y el llanto que los cananeos llamaron al lugar en el que
estábamos Llanto de Egipto. Así cumplimos con lo que Israel dispuso para su
sepultura y regresamos de vuelta a Egipto.
Mis hermanos, después de la
muerte de nuestro padre, tuvieron temor de que yo los aborreciera y me
recordaron la petición de mi padre, Jacob, para que los perdonase. Me hicieron llorar mientras los oía. Les aseguré
que no tenían que temer ninguna represalia de mi parte pues Dios encaminó el
mal que me habían hecho para preservación del pueblo de Israel.
Vi con mis ojos y tuve sobre
mis rodillas a tres generaciones de mis descendientes. Les recordé a mi pueblo que
Dios les llevaría de Egipto a la tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob. Antes
de morir le pedí a los israelitas que cuando saliesen de Egipto se llevasen con
ellos mis huesos. Con ciento diez años mis ojos se cerraron para abrirlos ante
la presencia del Rey de Reyes y Señor de Señores, Cristo.
-FIN-
Esta narración es parte de un
trabajo que presenté en el seminario donde estudio. Profundizar en la vida de este
personaje me inspira para alcanzar cotas más altas en mi amistad con Dios. Personajes
como José íntegros, constantes y valientes, son muy necesarios en la época que
nos ha tocado vivir. ¿Su secreto? Una profunda fe en Dios y una constante
obediencia a Sus mandamientos. El premio es doble: la Gloria de Dios y un
futuro glorioso.
¿Deseas eso?
¡QUE DIOS TE BENDIGA!