Capítulo 7
Los alimentos se les acabaron
y mi hermano Judá solicitó a mi padre que Benjamín viajase con ellos ya que de
otra forma no podrían subir a Egipto y mucho menos liberar a Simeón. Judá se
responsabilizó por Benjamín y se dispuso a cargar con la culpa si a su hermano
menor le ocurriese algo malo.
Jacob resolvió hacer lo que
sus hijos le pedían y mandó con ellos lo mejor del fruto de su tierra, bálsamo,
miel, aromas y mirra, nueces y almendras. También puso en sus manos doble
cantidad de dinero para que pagasen el anterior cargamento pensando en que
había sido una equivocación.
Cuando vi a Benjamín preparé
un suculento almuerzo para comer con ellos. Mis hermanos creyeron que les
estaba poniendo una trampa por el impago de la provisión anterior. Mi mayordomo
los recibió y le expusieron sus temores, los tranquilizó, liberó a Simeón, los
llevó a la casa de José, les dio agua, lavaron sus pies y dio de comer a sus
bestias.
Me agasajaron con regalos
mostrándome respeto. Les pregunté por mi padre y me dijeron que aún vivía. De
pronto vi a Benjamín y lo bendije pidiendo a Dios que tuviese misericordia de
él. No me quedó más remedio que apartarme de ellos, ir a mi habitación, y
llorar amargamente. Después de unos momentos enjuagué mi cara, me volví a
encontrar con ellos y ordené poner la comida. Aunque me costó trabajo, conseguí
contener mis sentimientos.
Mis hermanos, junto con todos
los presentes, estaban estupefactos con aquella extraña situación. Puse delante
de ellos mucha comida sabrosa la cual disfrutamos todos pero a mi hermano
menor, Benjamín, hice que sirvieran el quíntuple más que a mis otros hermanos.
Ellos se alegraron y esto me gustó porque era mi primera comida familiar desde
hacía mucho, muchísimo tiempo. Solo me faltó mi padre para que fuese una comida
perfecta.
Capítulo 8
Nuevamente pedí a mi
mayordomo que llenara los costales de mis hermanos hasta rebosar y pusiese en
ellos el dinero de vuelta y además, puso mi copa en el costal de Benjamín. Los
quería poner a prueba una vez más. Por la mañana partieron rumbo a su tierra y
cuando todavía no se encontraban muy lejos de la ciudad mandé al mayordomo a
detenerlos por haber sido descubiertos en el delito de robar mi copa.
Ellos se vieron muy
contrariados, asombrados y le propusieron al mayordomo que aquel que tuviera la
copa muriese y los demás quedarían como esclavos de José. El mayordomo les dijo
que aquel que robó la copa sería su siervo y los demás quedarían libres. Todos
abrieron sus costales y la capa fue hallada en el costal de Benjamín, entonces
se llenaron de angustia y regresaron de vuelta a verme.
Todos se postraron en tierra
cuando estuvieron delante de mí y yo los confronté con el mal que habían hecho.
Judá se me ofreció como esclavo junto con todos sus hermanos y yo rechacé el
ofrecimiento diciendo que solo Benjamín sería mi siervo. Los despedí en paz
para que regresasen con su Padre pero Judá se acercó nuevamente a mí para
seguir rogándome clemencia por Benjamín.
Me contó Judá del sufrimiento
de mi padre al dejar a Benjamín venir a Egipto y sus temores de que algo malo le
sucediese, pues ya había perdido cruelmente a un hijo. Jacob moriría de dolor
por no ver de vuelta a Benjamín y Judá cargaría con la culpa para siempre
delante de Jacob. La solución que me ofreció mi hermano Judá fue la de quedarse
como mi siervo, en lugar de Benjamín, con tal de no hacer sufrir a Jacob, su
padre.
Alegría y contradicción.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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