Hitler denominaba a Martin
Niehmoller como su «prisionero particular». Niehmoller fue un pastor evangélico
oponente al régimen Nazi que provocó la ira de Hitler. El rédito que pagó el
pastor Niehmoller por declarar la verdad sobre el partido Nazi lo llevó a ser
encarcelado en un campo de concentración hasta el final de la guerra en 1945. Su
experiencia la plasmó por medio de una poesía.
Primero vinieron a
buscar a los comunistas, y yo no dije nada, porque yo no era comunista.
Luego vinieron a buscar a los sindicalistas, y yo no dije nada, porque
yo no era sindicalista.
Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada, porque yo no
era judío.
Luego vinieron a buscarme, y no quedaba nadie que pudiera hablar por
mí.[1]
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46)
Jamás hubo una persona más indefensa y sola que Jesús en la
cruz, como muestra Su grito desgarrador. ¡Hasta Su Padre le dio la espalda en
ese trágico momento! La razón de Su soledad absoluta no la provocó Su vida
santa o haberse auto proclamado Dios ni siquiera su oposición a los religiosos
de la época. Su soledad la provocó una férrea disposición a defendernos ante el
Padre. Si Niehmoller pagó sobradamente su tesón por defender a los maltratados
por el nacismo, Jesús pagó infinitamente su disposición por defender a unos
pobres pecadores como nosotros. Niehmoller no pagó con su vida sus “fechorías”
contra el poder pero Jesús pagó con Su vida los pecados de toda la humanidad. Niehmoller falleció como está establecido para el ser humano mientras que Jesús resucitó porque ni la muerte puede vencerlo.
Querido lector, no busques a nadie que te defienda en medio
de esta sociedad egoísta. De hecho, todos los males que experimentamos día a
día son directamente provocados para dejarnos indefensos. Recuerdo aquellas dos
abogadas que se dedicaban a la mediación y me afirmaron que no había justicia
allí donde se supone que debía de impartirse, en los Tribunales. La razón es doble:
la ley humana es imperfecta y, sobre todo, nadie queda totalmente satisfecho con
el dictamen del juez. Creo que por eso mismo Jesucristo, el Juez Supremo, nos
defendió como Abogado y nos sentenció como Juez en la cruz. Como Abogado, no
encontraremos una defensa mejor y como Juez, no hallaremos una Justicia tan
imparcial y perfecta. ¡En Cristo si hay Justicia! Él desea defenderte para que
salgas absuelto de tus pecados. Cree en Jesús, tú única defensa y salvación.
Arrepiéntete de tus pecados ante Dios y serás eternamente salvo. De lo
contrario, te quedas indefenso eternamente.
Jesús me defendió.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
[1] César
Vidal, Más que un rabino. La vida y
enseñanzas de Jesús el judío (Nashville, TN: B&H, 2020), 108-109.