Vino a lo
que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. (Juan 1:11)
El cristianismo verdadero no está de moda. Realmente nunca lo estuvo. La
muestra de ello es que Cristo, el promotor del cristianismo, no fue bien
recibido, y la historia, como la mayoría conoce, acabo en muerte, la muerte de
Jesús.
La gran mayoría de los conocidos apóstoles acabaron como el Maestro de
Galilea, sufriendo el martirio hasta la muerte. Ellos, al igual que Cristo,
pagaron las consecuencias de no seguir los parámetros al uso de la sociedad
donde les tocó vivir: no estaban a la moda.
A lo largo y ancho de la historia ha sufrido el cristianismo la
persecución por parte de aquellos que ya fueron anunciados por Jesús, cuando
nos advirtió a sus discípulos: Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es
mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os
perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. (Juan
15:20)
Hoy día las cifras de persecución a los discípulos de Jesús es tan escandalosa
que se hace, como siempre, pasar desapercibida ante los medios de comunicación.
Se prefiere, a todas luces, dar prioridad a las fiestas del orgullo gay y al “derecho”
al asesinato masivo de niños indefensos en el seno de sus madres en pro, dicen,
de una sociedad más justa…
Vino a lo
que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. (Juan 1:11)
Pero Jesús vino a pesar de saber todo lo que ocurriría con Él y Sus
discípulos. Jesús vino. Él vino a lo que era suyo, es decir, a traer el mensaje
de esperanza: LA RECONCILIACIÓN CON DIOS y vino a los suyos. Los suyos, Su
propio pueblo y nación lo rechazaron, pero ahí no acabó la cosa. Jesús nos
tenía en mente a ti y a mí.
Mas a
cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser
hijos de Dios. (Juan 1:12)
El alto precio de ser discípulo de Jesús, que muchos han pagado con sufrimiento
y hasta pérdida de la vida, es infinitamente recompensado por el derecho
adquirido de ser hijos de Dios, por medio de Aquél que lo ganó en la cruz: JESUCRISTO. La vida es una mota de polvo en comparación con la
eternidad. ¿Te merece la pena vivir por algo que se va a quedar aquí? Yo elijo
trabajar para lo que no va a pasar de moda en la eternidad, con Jesús y mis
hermanos de todos los tiempos.
Tú moda pasará.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!