En infinitas ocasiones podemos comprobar de primera mano
como otros y nosotros mismos se mueven por “el qué dirán”. Nuestra cultura vive
influenciada por las apariencias y, por lo tanto, nos importa hasta extremos
inusitados lo que el de enfrente pueda pensar en cuanto a la manera de pensar y
actuar que tenemos. Lo que subyace debajo del qué dirán es una tremenda
vergüenza a ser descubiertos. Aquí se ve raro el que es íntegro y se expresa
llanamente. ¿De qué nos avergonzamos? Nadie se avergüenza por sus méritos y
buenas acciones. El foco de nuestras vergüenzas son las malas acciones y
pensamientos: “si alguien supiera qué he hecho y qué pienso no me volverían a
hablar”, pensamos. La vergüenza da paso a otro temor, la soledad. Es decir,
quedarnos solos por nuestras deplorables acciones.
Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. (Marcos 14:50). Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz. (Marcos 15:29-30)
Le dejaron solo y le clavaron en una cruz. Jesús sufrió la
soledad de todos aquellos que huyeron ante el peligro que supuso su arresto. De
igual manera, Jesús sufrió la vergonzosa cruz ante aquellos que deseaban verlo
morir y fracasar. Si hay alguien que no mereció sufrir la vergüenza y la
soledad este fue Jesús. Él no tenía pecados de los cuales avergonzarse ni
motivos para que los suyos se alejasen de Él, dejándolo solo en los momentos de
mayor necesidad. ¡Jesús sufrió! Sí, pero no fueron sus culpas sino las nuestras
las que le llevaron a tal circunstancia. Lo hizo para que nuestra vergüenza y
soledad tuvieran consuelo y se transformaran en paz por medio del perdón de
nuestros pecados y el regreso a casa, donde el temor, la vergüenza y la soledad
no existen. Sé como el hijo pródigo que volviendo en sí, dijo: Me levantaré e iré a
mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti (Lucas 15:18).
No más vergüenza y soledad.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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