sábado, 10 de noviembre de 2018

El Qué Dirán


En infinitas ocasiones podemos comprobar de primera mano como otros y nosotros mismos se mueven por “el qué dirán”. Nuestra cultura vive influenciada por las apariencias y, por lo tanto, nos importa hasta extremos inusitados lo que el de enfrente pueda pensar en cuanto a la manera de pensar y actuar que tenemos. Lo que subyace debajo del qué dirán es una tremenda vergüenza a ser descubiertos. Aquí se ve raro el que es íntegro y se expresa llanamente. ¿De qué nos avergonzamos? Nadie se avergüenza por sus méritos y buenas acciones. El foco de nuestras vergüenzas son las malas acciones y pensamientos: “si alguien supiera qué he hecho y qué pienso no me volverían a hablar”, pensamos. La vergüenza da paso a otro temor, la soledad. Es decir, quedarnos solos por nuestras deplorables acciones.

Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. (Marcos 14:50). Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz. (Marcos 15:29-30)

Le dejaron solo y le clavaron en una cruz. Jesús sufrió la soledad de todos aquellos que huyeron ante el peligro que supuso su arresto. De igual manera, Jesús sufrió la vergonzosa cruz ante aquellos que deseaban verlo morir y fracasar. Si hay alguien que no mereció sufrir la vergüenza y la soledad este fue Jesús. Él no tenía pecados de los cuales avergonzarse ni motivos para que los suyos se alejasen de Él, dejándolo solo en los momentos de mayor necesidad. ¡Jesús sufrió! Sí, pero no fueron sus culpas sino las nuestras las que le llevaron a tal circunstancia. Lo hizo para que nuestra vergüenza y soledad tuvieran consuelo y se transformaran en paz por medio del perdón de nuestros pecados y el regreso a casa, donde el temor, la vergüenza y la soledad no existen. Sé como el hijo pródigo que volviendo en sí, dijo: Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti (Lucas 15:18).

No más vergüenza y soledad.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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