sábado, 13 de octubre de 2018

Protocolo


Desconocer o no guardar el protocolo puede llegar a ser bochornoso en el más leve de los casos, como la situación de la foto. Ponerse a la altura de los reyes de España en esta circunstancia no sólo causa hilaridad sino que muestra el ansia de poder y gloria con el que algunos viven. Quizá esto no pase de lo anecdótico pero como seres humanos estamos plagados del afán de ser como aquellos que destacan por su poder o valía. La historia está plagada de esas historias donde al poderoso se le usurpa el poder, al rico se le roba su riqueza, al artista se le plagia, etc.

“…y seréis como Dios…” (Génesis 3:5)

No deberíamos extrañarnos ante tal comportamiento humano porque desde los albores de la historia humana lo sufrimos. Ser igual a Dios es el máximo de los deseos y afanes del hombre. En cuanto Satanás nos presentó la engañosa posibilidad de ser Dios, caímos como moscas. Aún no nos hemos dado cuenta que hay lugares a los que jamás podremos acceder y uno de ellos es ser Dios. El Dios verdadero, por supuesto. Jamás llegaremos a poseer Su conocimiento. Jamás llegaremos a tener Su poder. Jamás llegaremos a poseer Su santidad. Jamás llegaremos a poseer Su misericordia. Jamás llegaremos a poseer Su amor. Jamás le llegaremos a la suela de Sus zapatos.

Sin embargo, Dios sabe eso y actúa a favor nuestro. La venganza nunca ha sido el objetivo de Dios, aunque haya usado de ella en las circunstancias que Él, en Su justicia, ha propiciado. A Él gracias porque podría habernos borrado del mapa y hasta de Su pensamiento, y no lo hizo. Todo lo contrario, llevó a cuestas los pecados de todos nosotros pagando por ellos en una cruz. Se identificó con nuestras debilidades y se puso en nuestro lugar para ofrecernos la salida al entuerto en el que nos encontrábamos. Ahora te hayas frente a un protocolo insalvable: para salvarte debes creer en Jesucristo y arrepentirte de tus pecados que rompieron el protocolo que Dios ideó para la buena marcha de Su amistad contigo.

No te saltes el protocolo.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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