sábado, 3 de diciembre de 2016

2. Navidad 2016: Se Buscan Perdidos

El sábado anterior introduje el tema que nos ocupará estas navidades: Jesús vino a salvar lo que se había perdido. Jesús no dejó su trono en el cielo para perder el tiempo con aquellos que se creen justos sino con los que se saben pecadores y necesitados de la salvación que Cristo les ofrece. A eso apunta la navidad: Jesús vino a salvar lo que se había perdido. Todos nos hayamos dentro de algún tipo de perdido que describe la Biblia. Difícilmente, por no decir imposible, se escapa alguno. Repasemos el texto donde Jesús declara en qué perdidos está centrada su misión.

«El Espíritu del SEÑOR está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el tiempo del favor del SEÑOR». (Lucas 4:18-19)

El primer tipo de perdido que Jesús vino a buscar es el pobre. El pobre no solo es aquel que padece por causa de la penuria económica sino también aquellos que viven de forma sencilla, humilde y que son los conscientes de su indigencia[1]. Los pobres son sensibles a las cuestiones divinas y Jesús los ve como parte de su campo de misión. Lo siguiente es una promesa que designa al pueblo que Dios escogerá y se protegerá en Jesucristo: «Dejaré un remanente en medio de ti, un pueblo pobre y humilde. En el nombre del SEÑOR, se cobijará» (Sofonías 3:12). ¿Eres pobre económicamente y conoces la angustia de serlo? Jesús vivió de forma sencilla y te entiende. «Pero Jesús respondió: —Los zorros tienen cuevas donde vivir y los pájaros tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene ni siquiera un lugar donde recostar la cabeza» (Lucas 9:58). Redundando, si alguien entiende tu pobreza es Jesús.

La primera fase para que alguien pueda ser sanado es el auto reconocimiento de que está enfermo. Esto se ejemplifica claramente en los casos de alcoholismo, ludopatía o drogadicción, por citar tan solo unos casos. Si el que sufre alguno de esos males no da el humilde paso de aceptar su condición y buscar sanidad, no dejará de estar enfermo y aún menos se curará. En una de las conocidas bienaventuranzas que Jesús enseñó en el sermón del monte, dijo: «Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece» (Mateo 5:3). El pobre, el que es indigente, el que es humilde han de darse cuenta de la necesidad que tienen de Jesús, porque el cielo les tiene preparados las mayores riquezas que jamás hayan soñado: la vida eterna junto a Jesús, donde «Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más» (Apocalipsis 21:4).

La vida eterna pude comenzar hoy mismo para ti. No hay que esperar al cielo. Eso es lo que Jesús quiso decir al proclamar que el reino de los cielos se ha acercado. Ya está a la distancia de simplemente recibirlo comenzando a caminar por sus veredas. Para aquellos que reconocen su pobreza física y espiritual Jesús les promete: «Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Este mundo no tiene arreglo, pero debemos animarnos: ¡Jesús lo venció al morir en una cruz por nuestros pecados y resucitar! Arrepiéntete de tus pecados y cree en Jesucristo.

¡Protégete en Jesús! 

¡QUE DIOS TE BENDIGA!




[1] Matthew Henry, Comentario bíblico (Terrassa, Barcelona: CLIE, 1999), 1274.

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