sábado, 26 de julio de 2014

José VII

Capítulo 13


Nuestro padre, Israel, nos reunió a todos sus hijos para profetizar lo que sucedería con nuestras vidas en el futuro. Todos fuimos ante su presencia rápidamente y sin demora pues sabíamos que el tiempo de su partida estaba cercano.




Estas fueron las declaraciones que Jacob habló a nosotros, sus hijos: Rubén, aunque fuese el primogénito, no sería el principal a causa de su pecado; Simón y Leví serían diseminados en las demás tribus de Israel; Judá gobernaría sobre sus hermanos; Zabulón habitará al lado del mar y se extenderá hasta Sidón; Isacar llegará a ser esclavo; Dan juzgará a su pueblo; Gad será atacado pero el vencerá; Aser disfrutará sus comidas y dará deleitas al rey; Neftalí usaría de palabras engañosas; José será colmado de las bendiciones de Dios; Benjamín vencerá y repartirá las sobras.


Estas son las palabras con las que nuestro padre nos bendijo. Todos recibimos nuestra parte de las bendiciones. Jacob profetizó lo que más adelante sería la realidad de cada tribu causado por el carácter, motivaciones y maneras de actuar de cada uno de sus hijos. Mi padre tuvo que lidiar toda su vida con los desmanes de cada uno quizá por su forma de educarlos y ciertamente por las tendencias a la maldad de cada uno de ellos. Solo yo me mantuve firme en mi amor por Dios.


La última petición de Jacob a nosotros fue que lo sepultáramos con sus padres en el campo de Macpela, en la tierra de Canaán. Todos nuestros antepasados desde Abraham se hallan allí. Al terminar de darnos a conocer su deseo de estar con sus antepasados al morir, nuestro padre Jacob expiró, dejándonos para encontrarse con el Dios de sus padres, el mismo Dios que Israel prometió que estaría con nosotros y nos sacaría de la tierra de Egipto para llevarnos a la tierra prometida.


Capítulo 14

Lloré la muerte de mi padre abrazándolo y besándolo desconsoladamente. Mandé a que lo embalsamasen y cuando los médicos lo embalsamaron hubo que dejar pasar cuarenta días. Después de pasados los cuarenta días del embalsamamiento los egipcios lo lloraron por setenta días.



Pasado el luto pedía a Faraón permiso para cumplir la promesa a mi padre de enterrarlo en la cueva de Macpela, junto a nuestros patriarcas. Faraón nos dejó de buen grado y nos dispusimos para la marcha. Vinieron con mi familia todos los siervos del rey, los ancianos de su casa, y todos los ancianos de Egipto. También se unieron al cortejo fúnebre carros y gente de a caballo formando un escuadrón muy grande. Cuando llegamos a la era de Atad, hicimos duelo por siete días con grande y muy triste lamentación. Fue tal la lamentación y el llanto que los cananeos llamaron al lugar en el que estábamos Llanto de Egipto. Así cumplimos con lo que Israel dispuso para su sepultura y regresamos de vuelta a Egipto.


Mis hermanos, después de la muerte de nuestro padre, tuvieron temor de que yo los aborreciera y me recordaron la petición de mi padre, Jacob, para que los perdonase.  Me hicieron llorar mientras los oía. Les aseguré que no tenían que temer ninguna represalia de mi parte pues Dios encaminó el mal que me habían hecho para preservación del pueblo de Israel.


Vi con mis ojos y tuve sobre mis rodillas a tres generaciones de mis descendientes. Les recordé a mi pueblo que Dios les llevaría de Egipto a la tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob. Antes de morir le pedí a los israelitas que cuando saliesen de Egipto se llevasen con ellos mis huesos. Con ciento diez años mis ojos se cerraron para abrirlos ante la presencia del Rey de Reyes y Señor de Señores, Cristo.

-FIN-


Esta narración es parte de un trabajo que presenté en el seminario donde estudio. Profundizar en la vida de este personaje me inspira para alcanzar cotas más altas en mi amistad con Dios. Personajes como José íntegros, constantes y valientes, son muy necesarios en la época que nos ha tocado vivir. ¿Su secreto? Una profunda fe en Dios y una constante obediencia a Sus mandamientos. El premio es doble: la Gloria de Dios y un futuro glorioso.

¿Deseas eso?


¡QUE DIOS TE BENDIGA!

sábado, 19 de julio de 2014

José VI

Capítulo 11

Cuando informé a Faraón de la presencia de mi familia en Egipto él los conoció preguntándoles sobre su oficio y mis hermanos contestaron que eran pastores de ovejas venidos a Egipto a causa del hambre en Canaán. Faraón me permitió que moraran en lo mejor de la tierra de Egipto, Gosén y que los más capacitados fuesen mayorales sobre el ganado del rey.


Presenté a mi padre a Faraón y Jacob lo bendijo. Conversaron un poco dada la curiosidad de Faraón por la vida de mi padre y después se fue. De esta forma comenzó a vivir toda mi familia en la tierra de Gosén y yo tenía la oportunidad de darles alimentos.


El hambre había llegado a tal extremo que tanto Canaán como el mismo Egipto sentían su azote. Acumulé para aquel tiempo todo el dinero de Canaán y de Egipto por los alimentos que me compraban. Como no le quedaba dinero al pueblo les propuse trocar su ganado por comida, aceptaron y fue bien por el primer año.


Pasado el primer año se acabó el ganado y el pueblo se ofreció asimismo, junto a sus tierras, a cambio de provisión. Yo los compré y los abastecí de grano con que sembrar la tierra con la única condición de que un quinto del fruto fuese para Faraón, el resto les serviría de alimento para sus familias.


Mi familia aumentó mucho llegando a ser muy fructífera. Mi padre llegó a Egipto con ciento treinta años y a los diecisiete años de residir en Egipto, con ciento cuarenta y siete años, me llamó para que le hiciese una promesa muy especial antes de morir. Israel me juramentó haciéndome poner mi mano bajo su muslo, según la costumbre de aquellos tiempos, diciendo que cuando muriese lo sepultase junto con sus antepasados y no en la tierra de Egipto. Yo accedí de buen grado y sin ningún tipo de ambages. ¡Cuánto honor poder cumplir con los deseos de mi amado padre!


Capítulo 12

Me avisaron del estado de gravedad de mi padre y llevé conmigo a Manasés y a Efraín para que los bendijera. Informaron a mi padre de que yo venía con mis dos hijos y él, sacando fuerzas de flaqueza, se sentó en su cama y me recibió. Me contó Jacob como Dios lo bendijo con la promesa de ser estirpe de naciones y la tierra prometida para sus descendientes, como heredad para siempre. De Manasés y Efraín dijo que eran suyos y que sus descendientes serían míos siendo conocidos por el nombre de sus hermanos cuando hereden. Me contó el triste suceso de la muerte de Raquel, mi madre, y cómo la enterró en Belén.


Israel besó y abrazó a sus dos nietos afirmando con felicidad que Dios lo había bendecido, no solo con poder verme a mí, sino a ellos también. Me incliné a tierra y coloqué a Efraín a mi derecha y a Manasés a mi izquierda de tal forma que Manasés, el primogénito quedase a la derecha de mi padre. Israel premeditadamente colocó su mano diestra sobre la cabeza de Efraín y su siniestra sobre la cabeza de Manasés, y los bendijo. Esto me causó enojo e intenté corregir las manos de mi padre pues sabía que ya no veía correctamente. Él me dijo que era consciente de lo que estaba haciendo pero que aunque Manasés fuese el primogénito, Efraín sería más grande que Manasés.


También me habló mi padre anunciándome que pronto moriría, pero Dios estaría con nosotros, y nos devolvería a la tierra de nuestros antepasados. A mí me había concedido una parte más que a mis hermanos como heredad, que fue ganada contra el amorreo en batalla. Felizmente mi padre bendijo a mi descendencia poniendo en primer lugar al menor, Efraín, y en segundo lugar a Manasés, el mayor. En principio me quedé perplejo olvidando por unos instantes que Dios tiene un propósito para cada uno, igual que lo tuvo conmigo.


Administrando bienes y bendiciones con sabiduría.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

sábado, 12 de julio de 2014

José V

Capítulo 9


Ya no lo podía soportar más, tenía que revelarles mi secreto cuanto antes. Mandé que saliesen todos los que allí se encontraban y me quedé a solas con mis hermanos. La tensión pudo más que yo y lloré tanto y tan desconsoladamente que hasta los egipcios pudieron oír mi pesar.


−Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?−,  fue mi presentación. Mis hermanos se quedaron de una pieza, temerosos y mudos. Reaccioné prontamente, les pedí que se aproximaran cerca de mí, les recordé el agravio que contra mí cometieron vendiéndome como esclavo y les revelé que todo aquello lo utilizó Dios para el bien de Su pueblo.


Los envié presurosamente de vuelta a su tierra para que diesen la buena noticia a Jacob, mi padre, y que lo trajeran a Egipto con la promesa de que habitarían en Gosén, cerca de mí, donde podré alimentarlos en los años que nos quedan de fatalidad. − ¡Apresuraos! ¡No deis descanso a vuestros pies hasta ver mi deseo cumplido! ¡Contadle a papá que su hijo está rodeado de gloria!


Me abracé Benjamín, lo besé y lloramos juntos. Pude abrazar a todos, llorar con ellos, y además conversar sobre todo aquello que necesitaba oír de sus labios: perdón, reconciliación, todos los años perdidos sin saber nada de ellos y de mis padres…


Después de la feliz reconciliación abastecí a mis hermanos conforme me había ordenado Faraón, al cual habían llegado la alegre noticia, con carros, regalos, ropa, dinero y alimentos y el mandato de traer de vuelta a mi padre. –No peleéis por el camino−, les aconsejé.


¡Cuánto me hubiese gustado ver la cara de mi amado padre al recibir la noticia de mi situación! Lo más maravilloso es que rápidamente quiso verme, − ¡Basta!−, dijo callándolos, pues no quería escuchar más a sus hijos sino poder vivir de primera mano lo que les estaban contando. ¡Mi padre me ama!


Capítulo 10

Mi padre viajó con todas sus pertenencias y en Beerseba ofreció sacrificios a Dios. Por la noche recibió Palabra de Dios por medio de visiones que le tranquilizaron en la decisión de habitar en Egipto, Dios renovó Su Pacto para hacer de Él una gran nación, Dios estaría con Israel y yo cerraría sus ojos al morir.



Partieron de Beerseba a Egipto con ánimo pronto llevando toda la descendencia de Jacob en los carros de Faraón, sus ganados y sus riquezas. Jacob envió como emisario a Judá con el fin de anunciarme que nos encontraríamos en la tierra de Gosén.


Conduje mi carruaje y me presenté ante mi padre. Describir la escena de este bendito momento no me es nada fácil pues fueron años que pasé en soledad, necesidad y sin consuelo. Ahora mi confianza en Dios se vio recompensada en grado sumo. Nos fundimos en un solo abrazo y lloré por mucho tiempo mientras papá me acariciaba diciendo lo mucho que me amaba. Me expreso su sentimiento de consuelo por nuestro encuentro haciéndome ver que ya moriría en paz, dado que me encontró vivo.


Fui a faraón y lo puse al corriente sobre la llegada a Egipto de mi padre y mi familia, pero antes les advertí que cuando Faraón les preguntase ¿cuál es vuestro oficio?, ellos contestasen que eran ganaderos desde la juventud, de esta forma vivirían en Gosén, pues los egipcios rehúyen de los pastores de ovejas.


A Dios gracias por la posición que me dio frente a Faraón. No dudé ni un momento de que su respuesta ante mis peticiones sería más que atendidas, sobrepasadas. Así que, con toda confianza, pedí audiencia en palacio y me presenté delante de Faraón. Él me atendió con verdadero interés y amabilidad. Siempre fue así gracias a que Dios me reveló sus sueños y esto me dio pie a desplegar la sabiduría divina en los años de abundancia y ahora, en la escasez.

Reencuentro, perdón y reconciliación.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

sábado, 5 de julio de 2014

José IV

Capítulo 7

Los alimentos se les acabaron y mi hermano Judá solicitó a mi padre que Benjamín viajase con ellos ya que de otra forma no podrían subir a Egipto y mucho menos liberar a Simeón. Judá se responsabilizó por Benjamín y se dispuso a cargar con la culpa si a su hermano menor le ocurriese algo malo.


Jacob resolvió hacer lo que sus hijos le pedían y mandó con ellos lo mejor del fruto de su tierra, bálsamo, miel, aromas y mirra, nueces y almendras. También puso en sus manos doble cantidad de dinero para que pagasen el anterior cargamento pensando en que había sido una equivocación.


Cuando vi a Benjamín preparé un suculento almuerzo para comer con ellos. Mis hermanos creyeron que les estaba poniendo una trampa por el impago de la provisión anterior. Mi mayordomo los recibió y le expusieron sus temores, los tranquilizó, liberó a Simeón, los llevó a la casa de José, les dio agua, lavaron sus pies y dio de comer a sus bestias.


Me agasajaron con regalos mostrándome respeto. Les pregunté por mi padre y me dijeron que aún vivía. De pronto vi a Benjamín y lo bendije pidiendo a Dios que tuviese misericordia de él. No me quedó más remedio que apartarme de ellos, ir a mi habitación, y llorar amargamente. Después de unos momentos enjuagué mi cara, me volví a encontrar con ellos y ordené poner la comida. Aunque me costó trabajo, conseguí contener mis sentimientos.


Mis hermanos, junto con todos los presentes, estaban estupefactos con aquella extraña situación. Puse delante de ellos mucha comida sabrosa la cual disfrutamos todos pero a mi hermano menor, Benjamín, hice que sirvieran el quíntuple más que a mis otros hermanos. Ellos se alegraron y esto me gustó porque era mi primera comida familiar desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Solo me faltó mi padre para que fuese una comida perfecta.


Capítulo 8

Nuevamente pedí a mi mayordomo que llenara los costales de mis hermanos hasta rebosar y pusiese en ellos el dinero de vuelta y además, puso mi copa en el costal de Benjamín. Los quería poner a prueba una vez más. Por la mañana partieron rumbo a su tierra y cuando todavía no se encontraban muy lejos de la ciudad mandé al mayordomo a detenerlos por haber sido descubiertos en el delito de robar mi copa.


Ellos se vieron muy contrariados, asombrados y le propusieron al mayordomo que aquel que tuviera la copa muriese y los demás quedarían como esclavos de José. El mayordomo les dijo que aquel que robó la copa sería su siervo y los demás quedarían libres. Todos abrieron sus costales y la capa fue hallada en el costal de Benjamín, entonces se llenaron de angustia y regresaron de vuelta a verme.


Todos se postraron en tierra cuando estuvieron delante de mí y yo los confronté con el mal que habían hecho. Judá se me ofreció como esclavo junto con todos sus hermanos y yo rechacé el ofrecimiento diciendo que solo Benjamín sería mi siervo. Los despedí en paz para que regresasen con su Padre pero Judá se acercó nuevamente a mí para seguir rogándome clemencia por Benjamín.


Me contó Judá del sufrimiento de mi padre al dejar a Benjamín venir a Egipto y sus temores de que algo malo le sucediese, pues ya había perdido cruelmente a un hijo. Jacob moriría de dolor por no ver de vuelta a Benjamín y Judá cargaría con la culpa para siempre delante de Jacob. La solución que me ofreció mi hermano Judá fue la de quedarse como mi siervo, en lugar de Benjamín, con tal de no hacer sufrir a Jacob, su padre.

Alegría y contradicción.


¡QUE DIOS TE BENDIGA!