sábado, 9 de agosto de 2014

Matemos A Dios

Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?
Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125[1]


Vivimos en un mundo donde todo lo que tenga que ver con el Dios que se muestra en la Biblia es rechazado sin más. Inventamos mil argumentos que parecen creíbles a simple vista para desterrar la idea de un Dios al que, encima, debamos darle cuenta de nuestras acciones, sean buenas o malas. Teniendo esta actitud frente a Dios lo estamos matando en nuestros pensamientos y con nuestras acciones. Pero solo en nuestros pensamientos y acciones. Al fin y al cabo la cruda realidad es que nos asesinamos a nosotros mismos debido a nuestros tercos pecados. El pecado de querer matar a Dios.


Resumiendo el pensamiento desafiante de Nietzche ante la evidencia de asesinar premeditadamente a Dios, podríamos decir: ¡Sí! Hemos matado a Dios. Y ahora, ¿quién podrá salvarnos? La respuesta es: ¡NADIE! Y ese nadie incluye a Dios mismo. ¿Cómo llama la Biblia a este pecado? INCREDULIDAD.


Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. (Mateo 12:31)


Este versículo de la Biblia refleja la respuesta de Jesús ante la afirmación de los que atribuían los milagros que Él hacía a Satanás. Aunque Jesús aseguraba que Sus milagros venían de parte de Dios, muchos insistían en que los efectuaba en nombre de Beelzebú. Ellos eran incrédulos ante la evidencia que tenían ante sus ojos. Esta actitud de la mente y el corazón humanos nos acompaña (y nos acompañará) hasta que Jesús regrese nuevamente, como Rey.


La incredulidad ante los hechos poderosos de Jesucristo nos cierra las puertas del Cielo sin atisbo de esperanza. Si no creemos en Sus actos milagrosos como la creación del universo que habitamos, ¿cómo creeremos que nos ama de tal forma que dio Su vida por ti y por mí para salvarnos del juicio merecido de Dios? La incredulidad nos ciega para que no podamos ver esta realidad.


Yo no puedo convencerte con elocuentes o torpes palabras ya que solamente el Espíritu Santo puede hacerlo. A mí me queda como único recurso pedir a Dios que tenga misericordia de ti, como un día la tuvo de mí, y te habrá el entendimiento de tu mente y corazón para que creas en Jesucristo, la ÚNICA ESPERANZA POSIBLE para una humanidad que intenta matar a Dios aunque solo consiga darse de bruces contra un muro infranqueable: JESUCRISTO.

La incredulidad te está matando.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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