sábado, 21 de febrero de 2015

Educación Transformadora

Nuestra sociedad está basada en el pensamiento absolutista, que nos enseña a creer que la educación es la panacea a todos los problemas que tenemos, como seres humanos. Todo mejorará cuando seamos iluminados por la luz de la educación, haciéndonos de un solo pensamiento que, por supuesto, eligen los que ostentan el privilegio de dictar qué es lo bueno y lo malo, según les convenga. Si la educación es el no va más, yo me cuestiono algunas cosas. Se supone que la clase más preparada de este país es la política, nuestros dirigentes, ¿por qué todos sus estamentos, sin librarse uno, están plagados por la corrupción? ¿No son ellos los más educados? ¿No son ellos los más preparados? He comenzado por la clase dirigente, pero los demás estratos de la sociedad no se quedan atrás.

Eso de la educación transformadora, aunque buena, no funciona al nivel que sus idearios quisieran, claro está, por los resultados. La medicina general generalmente trata el síntoma y no a lo que lo provoca, asimismo, la educación trata lo externo, el síntoma, pero no lo que lo provoca, que es lo que hay que erradicar para restablecer la salud plenamente. ¿Qué enfermedad hay detrás de nuestros síntomas visibles de “falta de la suficiente educación”?

Jesús llamó a la multitud y dijo: —Escuchen y entiendan. Lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca sino lo que sale de ella. (Mateo 15:10-11)

Jesús lo tenía claro. Lo que las reglas sociales tratan de inculcarnos no es el problema. El problema está en nosotros, o mejor dicho, dentro de nosotros, en el centro de nuestros corazones. En cada uno está la raíz de la enfermedad que nos incapacita a ser buenos todo el tiempo. Jesús desvela los síntomas de la enfermedad: Pero lo que sale de la boca viene del corazón y contamina a la persona. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. (Mateo 15:18-19)

PECADO. Esa es la enfermedad y algunos de los síntomas más visibles son los que Jesús destaca. Si hemos caído en alguno de esos pecados estamos demostrando que padecemos la enfermedad. ¡Estamos enfermos y necesitamos el tratamiento urgentemente! La enfermedad del pecado es crónica, siempre habrá que luchar en contra de ella. Todos estamos infectados pero no todos reciben la medicina adecuada. Solamente los que, a Dios gracias, hemos detectado el problema recurrimos a la fuente de salud: JESUCRISTO. Muchísimos otros viven como si no la padecieran, intentando acallar los síntomas con analgésicos que los dejan vacíos.

¡Hay cura!... y la educación no es la respuesta. La respuesta es Cristo que vino a salvarnos de nuestra falsa manera de vivir, es decir, de nuestra constante búsqueda de sucedáneos para tapar la necesidad perentoria de perdón, amor y felicidad. En Jesús puedes hallar eso y mucho más. El evangelio es eso mismo: perdón, amor y felicidad. Hallamos el perdón porque Cristo pagó por nuestros pecados en la cruz. Nos sabemos amados por el Padre gracias a que donó a Su Hijo por amor a cada uno de nosotros. Encontramos la felicidad de ser hijos de Dios y pertenecer al Cielo dejando a un lado los afanes falsos de este mundo. Amigo lector, tómate el tiempo para reflexionar y simplemente reconoce que eres pecador ante Dios, arrepintiéndote de todos tus pecados y cree en Jesucristo como tu único Señor y Salvador.

La lucha es contra el pecado.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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