sábado, 5 de marzo de 2016

A los que se Creen Justos

¡Qué mala son las comparaciones! Unas llevan a la inferioridad, es decir, verse inferior a los que nos rodean. ¡Qué malo es este tipo de comparación! Otras comparaciones llevan a la superioridad, o lo que es lo mismo, a verse superior a los que nos rodean. ¡Qué malo es este tipo de comparación! Si te ves inferior vives en una farsa y si te ves superior, ni te cuento. ¡Nadie es más que nadie…ni menos! Todos somos iguales a los ojos de Dios. Hoy va por aquellos que se sienten superiores, menospreciando a sus iguales que podemos ser tú y yo. De todas formas, si te sientes superior lee lo siguiente.

A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:9-14)

El problema no es ser justo, el problema es menospreciar al otro por tal condición de justicia. En el mismo momento que menoscabamos al prójimo dejamos de ser justos pues todos estamos fabricados con el mismo material. El fariseo y el publicano de la historia de Jesús fueron a encontrarse con Dios en el mismo lugar, el Templo, y comenzaron a hablar con Dios, orar. Hasta aquí todo correcto, lícito y ejemplar. ¿Cuántos hacen lo correcto en lo que se refiere a formas y rituales? Los religiosos, los que viven apegados a las normas de la religión del hombre, viven de dicha forma. Pero no llegan más allá.

La oración del fariseo podría resumirse de esta forma: “Dios, no te necesito porque me basto solo”. Vivimos entre personas que se conducen de esa manera, guardando los ritos pero viviendo de espaldas a Dios. La oración del publicano vendría a ser de esta forma: ¡Dios mío, te necesito! Cuando la necesidad aprieta no nos queda más remedio que reconocer que Él es Dios, nosotros nada y, por lo tanto, le necesitamos desesperadamente. Pocos hay como el publicano, muchos como el fariseo.

Sin embargo, Jesucristo vino a salvar al fariseo y al publicano. Él tendió su mano para que todos dejasen su religiosidad comenzando una relación nueva y fructífera con Dios. Ya no son necesarias las formas externas, nunca lo han sido, por lo menos en lo que se refiere a nuestra relación profunda con Jesús. Dios mira el corazón de cada uno de nosotros y lo pesa para conocer qué hay en él. Dios todo lo ve, escucha y entiende. ¡No puedes esconderte de Él!

Según el texto bíblico que has leído el que salió justificado fue el publicano dado que reconoció humildemente su situación frente a Dios y clamó con un corazón sincero la clemencia divina. Este ejemplo nos enseña que Dios está disponible en exclusiva para todos aquellos que derrotados por la vida, le buscan. Por el contrario, todos aquellos que se enaltecen a sí mismos viviendo en sus castillos construidos de orgullo, serán humillados. Dios les da la espalda.

Reconoce tu condición frente a Cristo.


¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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