sábado, 9 de junio de 2018

Jubilación Garantizada


En una época tan caótica como la presente no es de extrañar que todos suframos en mayor o menor medida los envistes de la angustia. En resumidas cuentas, la ansiedad se deja ver en el preciso instante que surge algo que no podemos controlar. Es más, la ansiedad es pretender o creer que podemos tenerlo todo bajo nuestro control. Las alarmas (ansiedades) saltan cuando nuestras expectativas se dan de bruces contra la pared de la realidad. Una cuestión es planificar, que es siempre el mejor camino, y otra cuestión es que todo salga a pedir de boca. Los imponderables cotidianos de la vida son ineludibles y hay que tomarlos con tranquilidad de lo contrario, la ansiedad toma el control… y eso sucede en demasía en nuestros días.

¡Qué extraño! En el periodo de la historia de más conocimiento, poder y control los ansiolíticos son prescritos y consumidos como caramelos. Algo huele mal y marcha de igual forma. El ser humano sigue vacío e intentando llenarse con sucedáneos que lo hunden más. Llámame pesimista, aunque yo me vea realista. Entre los desencadenantes de la tan presente ansiedad está el miedo o incertidumbre con respecto al futuro. Quizá podamos controlar el presente en mayor o menor escala pero cuando se trata del futuro todo son cábalas, presupuestos y fe. ¡Sí! Fe. La razón analiza los pros y contras y la fe nos lleva a la meta.

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. (Juan 14:1-2)

Analizando o razonando las palabras de Jesús puedo asegurar que mi jubilación está garantizada. No porque las leyes humanas lo avalen sino porque Dios lo promete y cumple. Él me dice que no tenga ansiedad sino que simplemente crea en Dios y en Él. En estos momentos convulsos Jesús se halla inmerso en preparar un sitio para mí. ¡Maravilloso! ¡Remaravilloso! ¡Qué la vida aquí no es fácil! Por supuesto. ¡Qué sufriré de angustia! También. ¡Qué tengo donde aferrarme! ¡A las promesas de Cristo! Jesús vino a rescatarnos pagando el precio de nuestros pecados a un Dios justamente airado contra nosotros. Sufrió la vergonzosa cruz para librarnos del infierno y garantizarnos la vida eterna. Un día daremos cuenta a Dios de cada una de nuestras vidas. ¿Te hallas preparado?

Busca un lugar en el cielo.

¡QUE DIOS TE BENDIGA!

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