Un año más estamos listos para celebrar las fiestas navideñas. Por
"celebrar" me refiero al bullicio de estos días, las copiosas cenas,
los regalos, las felicitaciones, las reuniones familiares, montar el belén,
adornar el árbol, ir de tiendas, los niños de vacaciones, la publicidad
televisiva, el consumismo, compras de última hora, el abuelete que se
atraganta, las dos copitas o tres de más (del que es dado a la bebida), los
mismos chistes de siempre, el vecino de arriba que no para de incordiar con la
música a tope, la gente parece mejor, la ciudad llena de adornos luminosos, turrones,
mazapanes, hojaldradas, borrachuelos, mantecados, alfajores, jamón, marisco,
queso, pollo relleno, canapés, trufas, comilonas de empresa (el que trabaje), vestirse
de gala, fiestas dance, trance, heavy, cotillón, el concierto de año nuevo, las
indigestiones, los coma etílicos, hasta que el cuerpo aguante, añorar a los que
ya no están, un año más está a punto de pasar por todos, ya adelgazaré cuando
llegue el nuevo año, sms con el móvil a tope, el "a ver si vuelvo a la
rutina", el "no me gustan estas fiestas", es que todos son
gastos... ¿Dónde está el verdadero protagonista de la navidad? Jesús es la
navidad. Es el cumpleaños de Jesús. Todos celebrando ¿qué? y de espaldas a la persona que es el motivo del
festejo. ¿Te imaginas que preparan la fiesta de tu cumpleaños y te dejan fuera?
Es que ni siquiera te invitan. Eso es lo que hace esta sociedad con Jesús. Hay
grandes banquetes, fiestas y cotillones pero Jesús es ignorado. He aquí la
historia del nacimiento de Jesús extraída de la Biblia para que leas de primera
mano el inicio de la navidad que no significa otra cosa que nacimiento.
Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las
cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los
que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la
palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con
diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh
excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las
cuales has sido instruido.
Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado
Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se
llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles
en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque
Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada. Aconteció que ejerciendo
Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a
la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en
el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la
hora del incienso.
Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del
altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero
el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu
mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo
y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante
de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el
vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al
Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías,
para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a
la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y
mi mujer es de edad avanzada. Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel,
que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas
nuevas. Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se
haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.
Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase
en el santuario. Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que
había visto visión en el santuario. El les hablaba por señas, y permaneció
mudo. Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa. Después de
aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses,
diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi
afrenta entre los hombres.
Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba
José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el
ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo;
bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus
palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo:
María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás
en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será
grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de
David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no
tendrá fin.
Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco
varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser
que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella
también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que
llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He
aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se
fue de su presencia.
En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la
montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a
Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la
criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y
exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de
tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a
mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque
se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor;
Y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador.
Porque ha mirado la bajeza de su sierva;
Pues he aquí, desde ahora me dirán
bienaventurada
todas las generaciones.
Porque me ha hecho grandes cosas el
Poderoso;
Santo es su nombre,
Y su misericordia es
de generación en generación
A los que le temen.
Hizo proezas con su
brazo;
Esparció a los soberbios en el
pensamiento de sus corazones.
Quitó de los tronos a los poderosos,
Y exaltó a los humildes. A los
hambrientos colmó de bienes,
Y a los ricos envió vacíos. Socorrió a
Israel su siervo,
Acordándose de la misericordia De la cual
habló a nuestros padres,
Para con Abraham y su descendencia para
siempre.
Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa.
Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un
hijo. Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido
para con ella su misericordia, se regocijaron con ella. Aconteció que al octavo
día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban con el nombre de su padre,
Zacarías; pero respondiendo su madre, dijo: No; se llamará Juan. Le dijeron:
¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre. Entonces
preguntaron por señas a su padre, cómo le quería llamar. Y pidiendo una
tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Al
momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios. Y
se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se
divulgaron todas estas cosas. Y todos los que las oían las guardaban en su
corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con
él. Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:
Bendito el Señor Dios de Israel,
Que ha visitado y redimido a su pueblo,
Y nos levantó un poderoso
Salvador
En la casa de David su siervo,
Como habló por boca de sus santos
profetas
que fueron desde el principio;
Salvación de nuestros enemigos,
y de la
mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer misericordia con nuestros
padres,
Y acordarse de su santo pacto;
Del juramento que hizo a Abraham nuestro
padre,
Que nos había de conceder
Que, librados de nuestros enemigos,
Sin temor le serviríamos
En santidad y en justicia delante de él, todos
nuestros días.
Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado;
Porque irás delante de la presencia del Señor,
para preparar sus
caminos;
Para dar conocimiento de salvación a su pueblo,
Para perdón de sus pecados,
Por la entrañable misericordia de nuestro
Dios,
Con que nos visitó desde lo alto la aurora,
Para dar luz a los que
habitan en tinieblas y en sombra de muerte;
Para encaminar nuestros pies por camino de paz.
Y el niño crecía, y se
fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su
manifestación a Israel. (Luc 1:1-80)
Dos niños que nacen. Uno, Juan, para preparar la llegada del otro,
Jesús, el protagonista de la navidad. No te pierdas la segunda parte de este maravilloso nacimiento.
Invita a Jesús a su cumpleaños.
¡Que Dios te bendiga!
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