Al estudiar la historia del
pensamiento humano, no queda más remedio que darse cuenta de lo cambiante que
resulta. En unas épocas tempranas no había dudas de la existencia del Dios que
la Biblia presenta, de ciertas normas morales y de conducta, en fin, de lo que
era bueno y de lo que era malo. Estos conceptos y normas de vida y convivencia
fueron cambiando con el trascurso de los años y los acontecimientos históricos
y científicos. En vez de acercarnos a Dios y Su Ley, nos fueron alejando
progresivamente. Es que es obvio que los pensamientos son cambiantes.
Lo paradójico es que todo a
nuestro alrededor no cambia, excepto por la manipulación que ejercemos sobre
algunas cosas. La Creación sigue su ciclo y las estaciones se suceden al mismo
ritmo debido a los movimientos gravitacionales constantes, la Tierra sigue
dando sus frutos a su tiempo, el sol sigue calentando nuestros huesos, la luna
no ha dejado de mirarnos, la Vía Láctea sigue siendo el hogar que nos protege
de posibles peligros estelares, las leyes universales no cambian y habría mucho
más que contar de la estabilidad del universo y su inmutable naturaleza. Esto hace
que sea posible la preservación en nuestro planeta azul.
Nosotros sí cambiamos e
intentamos cambiarlo todo. No estoy en contra del progreso si este no atenta
contra Dios y Su Creación. La ciencia verdadera nos ha beneficiado mucho, el
avance en el conocimiento es muy necesario, conocer el entorno en el que
vivimos es prioritario para muchos aspectos de nuestra calidad de vida, etc.
Todo eso es lícito y bueno. El problema radica cuando ese conocimiento nos
aleja de Dios. El ser humano no haya su felicidad en los logros científico-tecnológicos
sino en sus relaciones con sus iguales y con el mismo Dios. Somos seres
eminentemente relacionales porque el Creador es un Ser relacional.
Hemos pasado de creer en ese Dios,
a rechazarlo por completo, y de esta forma volvemos a demostrar que somos
nosotros los que cambiamos, y que Dios es inmutable. El rechazo de la Biblia es
evidente y cualquier excusa es válida para desautorizarla. La Iglesia, que es
el Cuerpo de Cristo sobre la Tierra, ha pasado de ser el centro de progreso al
opio del pueblo, según Marx.
¿Si los seres humanos somos
volátiles y cambiantes quién establece lo bueno y lo correcto? ¿Somos nosotros la
medida del bien y del mal? Los hechos históricos demuestran a todos los niveles
que aunque podamos hacer actos plausibles de bondad, que muestran que aún sigue
estando en nosotros la imagen que Dios puso de Él, los actos de maldad superan
nuestras bondades. Asómate a cualquier telediario, prensa, lee algún libro de
historia o simplemente abre los ojos. Si nosotros somos la medida por la cual
guiarnos estamos perdidos. Es como si dejásemos a un bebé al borde de un
precipicio. Su concepto del peligro no está desarrollado y sus padres no están
para protegerle. El suceso lógico será que el bebé se precipite al vacío.
¿Nos gusta confiar en alguien que
cambia más que el tiempo? Después de todo somos desconfiados por naturaleza y
esto es una característica que muchas veces nos protege de riesgos
innecesarios. La Biblia, que no ha cambiado durante la historia, nos dice lo
siguiente.
Así dice el SEÑOR: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del SEÑOR! (Jeremías 17:5)
Si confiamos en que en nosotros
está la respuesta, que nuestra fuerza es suficiente y, por consiguiente, no
necesitamos a Dios, estamos acarreándonos el mal. Esto se demuestra en las
consecuencias adversas de una sociedad que no cuenta con Dios. En ella vivimos
y nos movemos y ejemplo de ello es la corrupción a todos los niveles que nos
trae la pobreza, el hambre, la crisis, los separatismos llámense estos
divorcios entre personas o divorcios estatales…
Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo? (Salmos 11:3)
La época relativista que nos ha
tocado vivir es la consecuencia del alejamiento de los fundamentos de una
sociedad cristiana a una sociedad eminentemente atea. De un polo nos hemos
pasado al opuesto y hoy todo vale con tal de que me convenga, aunque al de al
lado no le guste. Quien piense que el hombre no cambia está un poco ciego. El relativismo
ha traído absolutismos macabros.
La buena noticia es que Dios no
ha cambiado ni un ápice respecto a nosotros y que tampoco ha cambiado la
Biblia, Su Palabra que es el mensaje por escrito de Dios al hombre. Nosotros
somos los que hemos cambiado respecto a Dios y Su Palabra, haciendo de Él un
pensamiento abstracto de la conveniencia humana, y hemos rebajado la Biblia a poco
menos que un libro de cuentos chinos.
El caso es que el pensamiento del
ser humano puede cambiar e ir por donde quiera, pero las consecuencias siguen
siendo las mismas. El pecado no se minimiza, nuestra responsabilidad ante Dios
y los que nos rodean, tampoco. Lo que labramos aquí segaremos en la eternidad. En
el punto contrario tenemos a Dios y Su Palabra que no cambian.
Dios exige un pago por haber
pecado, que es la muerte. Morimos porque hemos pecado haciendo lo que nos viene
en gana, ya que, de pensar que Dios es el Ser Supremo de todo bien, hemos
llegado a pensar que el ser supremo de todo bien somos nosotros. Dios ha provisto
para que podamos ser salvos, es decir, tenemos un sustituto que ha pagado la
deuda de nuestros pecados al Padre, Jesucristo. Su sacrificio en la cruz fue el
pago para que tengamos la oportunidad de escoger entre la salvación y la
perdición.
Solo únete al pensamiento
invariable de Dios creyendo, arrepintiéndote de tus pecados y aceptando por fe
la obra de salvación que Jesús hizo por ti, pagando por tus culpas.
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. (Isaías 55:8)
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. (Jeremías 29:11)
Fíate del Señor de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. (Proverbios 3:5)
Ten principios con fundamentos divinos no humanos.
¡QUE DIOS TE BENDIGA!
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